
Historias de Lobos.
Existen muchas personas que viven la vida que no querían y que nunca imaginaron, a veces estar en el lugar equivocado supone un cambio total en el destino de una persona. En esta historia un hombre sentenciado por homicidio, narra sus vivencias a partir de la primera vez que fue detenido quizá como una manera … Leer más
Existen muchas personas que viven la vida que no querían y que nunca imaginaron, a veces estar en el lugar equivocado supone un cambio total en el destino de una persona.
En esta historia un hombre sentenciado por homicidio, narra sus vivencias a partir de la primera vez que fue detenido quizá como una manera de descargar sus culpas, o tal vez en un afán de que su familia comprenda su dolor y lo perdone o, como una forma de perdonarse a sí mismo.
Lo mismo han de decir todos, yo no quería estar aquí, pero mi Padre Dios me quiere aquí encerrado, yo creo que para que no le haga daño a los demás que sí son buenos, que están allá afuera.
Ésta es la tercera vez que caigo, tengo 39 años y ya lo he perdido todo.
La primera vez que caí me cae que yo sí era inocente, me agarraron por un robo con violencia en Fresnillo.
Yo soy pobre y uno de pobre se viste mal, no hay lana para andar bien vestido.
Mi jefa se la partía para sacarnos adelante, mientras mi jefe estaba en el otro lado trabajando en la pizca de la uva en California.
Sí llegaba el dinero de allá, pero no a manos llenas como cree la gente. El día ese que me agarraron, yo estaba esperando el camión para irme a mi “cantón”.
Yo venía de la escuela y traía mi mochila, estaba en la prepa. Yo vi mucho movimiento, vi unos que corrieron, pasaron junto de mí, y lueguito los policías.
Ni preguntaron, nomás me subieron a la patrulla. Yo les decía pos qué traen, me contestaban cállate, qué traes en la mochila, saca lo que te robaste, en dónde viven los otros.
Cuando llegamos a la comandancia, estaban ahí unas señoras y un señor, los policías les preguntaron que si yo andaba.
Me acuerdo bien cómo el señor se me quedó viendo, yo nunca lo había visto, ni sabía quién era y ese hombre dijo “pos creo que sí”.
Con eso me voy para la grande. Como ese hombre me identificó, bueno él creyó identificarme, me sentenciaron a mí por ese robo, en mi mochila no traía nada más que mis cuadernos, 10 peso para el camión y mis audífonos que me había traído mi jefe para Navidad.
Todo me lo quitaron, dijeron que todo era robado y aunque no pudieron comprobar que no fui yo como según me reconocieron, me echaron encima 5 años, pero salí antes porque me portaba bien.
Ahí en la cárcel uno se da cuenta de muchas cosas, de muchas injusticias, de todo el dolor de la gente.
Cuando iba mi jefa a verme se me partía el alma, ella sí creía en mi inocencia y yo la veía cómo sufría.
Ahí adentro corre de todo, aunque digan que hay revisiones, sí les quitan cosas, pero eso es a los que no pagan derecho.
Ahí si no eres, te conviertes, porque hay que defenderse. Tienes que hacer camaradas porque la soledad pega bien cañón.
Cuando salí, yo pensé en seguir mi vida como si nada, pero las cosas ya no pudieron ser igual ni por tantito.
Se te cierran bien gacho las puertas, yo ya no pude regresar a la escuela pa’ terminar la prepa, así que me puse a hacerla abierta, porque yo sí quería ser alguien en la vida.
Quería ser doctor, eso ya no se pudo. No me daban chamba, y los que sí me contrataban pagan muy poco, como que la gente le huele a uno que estuvo en la cárcel, yo me sentía el apestado.
Aquí no le veía la salida ni la entrada ni nada y me fui pa’l otro lado con mi jefe. Llegando conseguí trabajo y se me empezó a olvidar tantito lo de acá.
Trabajaba bien duro y hasta me hice de una novia. Todo estaba bien, un día nos fuimos que a Pasadena, que íbamos de parranda.
Llegamos a un tugurio donde había muchachas, los compas y yo le entramos duro al pisto.
Saliendo de ahí estaba un chino metiendo su carro en una garaje y uno de los compas, dijo, “hay que robarle el carro al chino”.
Le rodeamos el carro, la verdad se nos hizo fácil y lo bajamos, no traíamos pistola, lo bajamos a la fuerza, lo aventamos en la banqueta y nos largamos en el carro del chino.
Íbamos bien contentos, a risa y risa, nos burlábamos del chino y de su cara, nos sentíamos triunfadores; yo pensaba ora sí para que de veras digan que soy ratero.
Yo fui muy bruto, por no decir más feo, allá las leyes son muy diferentes. Allá la policía sí hace bien su trabajo, nos agarraron casi saliendo de Pasadena.
Me echaron 10 años y se puede decir que tuve suerte.
¿Quieren conocer el infierno?, que los refundan en una cárcel de allá. Las visitas son tras un panel, te bañan con agua fría, te levantan a las 5:00 de la madrugada, te forman, te uniforman.
La comida son cosas que se hidratan con agua, huevo en polvo, papas en polvo, frijoles en polvo, a todos lo mismo.
Y no le caigas mal a un “negrote” como de dos metros, porque acabas muerto, o no le gustes al mismo “negrote”, porque te violará todos los días.
Allá todo es automático, se abren juntas las rejas y todo debe ser en orden, en silencio y formados, siempre formados.
Yo rogaba a Dios que algo pasara, o que me muriera, porque ahí sí supe lo que era el miedo, lo que yo pasé ahí es lo más horrible que alguien se pueda imaginar.
A los mexicanos en la cárcel nos agarran de su mozos, de sus gatos.
Un día llegó una orden de la Corte que decía que había salido porque me deportaron, pero sólo me faltaban como seis meses para ajustar los 10 años limpiecitos, nada de beneficios por ser un mexicano ilegal.
Me echaron a la frontera en Tijuana, sin dinero, con hambre, me vine de aventón. Era el mes de enero, yo no traía chamarra, me tardé casi un mes en llegar aquí.
Venía todo “trasijado” de hambre, parecía un limosnero, de hecho lo fui. Llegué a la casa de mi jefa, que no veía desde 10 años antes; cuando me vio, se desmayó.
Mis carnalas ya estaba bien grandes; la más chavilla ya tenía 16 años. Ya le habían hecho un hijo, estaba por parirlo.
Cuando les pregunté quién era el bastardo que la había embarazado para que le cumpliera, me dijeron que la había violado un hijo de su tal por cual, que vivía unas cuadras más arriba de la casa, ahí en la Emiliano.
Lo fui a buscar, mis carnalas y mi jefa me decían que no fuera a hacer otra estupidez, no me importaba nada, yo tenía que limpiar la honra de mi carnala.
Sí le habían puesto denuncia, pero ya estaba por nacer el chamaco y no habían hecho nada porque decían que mi carnala andaba de ofrecida con todos.
Como a la semana que llegué del otro lado, lo golpeé, le reclamé y se burló, yo iba a puño limpio, no iba a matarlo, iba a partirle su madre.
Él sacó un filero, me alcanzó a picar en el estómago, pero yo aprendí muchas mañas en la cárcel de Estados Unidos. No sé cómo estuvo, pero lo maté.
Ahora otra vez estoy preso, de ésta sí ya no salgo vivo, me dieron 22 años. Aquí uno tiene de todo, le dejan entrar a la familia, le traen sus antojos a uno, pero esto no es vida.
No puedo decir que fui una víctima, porque sé que maté y eso mi Padre Dios me lo va a cobrar.
Sí me arrepiento, pero créanmelo yo no elegí esta vida, así se me dieron las cosas. Yo quería salvar vidas y terminé matando a alguien. Yo no tenía en mis planes estar preso.
Las personas que ingresan en un centro penitenciario se encontraran en un ambiente caracterizado por el aislamiento afectivo, la vigilancia permanente, la falta de intimidad, la rutina, las frustraciones reiteradas y una nueva escala de valores que entre otras cosas, condiciona unas relaciones interpersonales basadas en la desconfianza y la agresividad.
Estos someten al recluso a una sobrecarga emocional que facilitará la aparición de desajustes en su conducta en el mejor de los casos, cuando no, la manifestación de comportamientos francamente patológicos, sobre todo si previamente ya había una personalidad desequilibrada, en el momento de la entrada en prisión (Arroyo y Ortega, 2009).