Misterio de luz

Cuaresma es camino de esperanza radiante, de promesa cumplida en lo alto del monte de la Cruz Gloriosa. La cabeza encenizada va dando lugar a la cabeza en alto, brillosa, radiante, gracias al milagro de la Luz Pascual. El tiempo de Cuaresma no es calle cerrada, ni sacrificio inútil sin sentido, ni prácticas dolorosas color … Leer más

Cuaresma es camino de esperanza radiante, de promesa cumplida en lo alto del monte de la Cruz Gloriosa. La cabeza encenizada va dando lugar a la cabeza en alto, brillosa, radiante, gracias al milagro de la Luz Pascual. El tiempo de Cuaresma no es calle cerrada, ni sacrificio inútil sin sentido, ni prácticas dolorosas color de negro. Este gran tiempo de conversión apunta hacia el futuro luminoso que solamente Dios Todopoderoso puede dar, que “ni ojo vio ni oído oyó”.

 De pronto, -más en nuestra cultura posmoderna de lo inmediato, resultados y eficacia-, vemos solamente las tentaciones del instante aprisionador. Necesitamos momentos de esplendor. Lo rutinario de la vida, con frecuencia, nos hace gente que nada en la nada, que nada ‘de muertito’ en la vida.

Nos viene muy bien un momento de esplendor,  lleno del brillo que todo lo ilumina/enciende… Una palabra de ánimo, después de algo que hicimos bien; un gesto de perdón después de haber metido la pata; una sonrisa después de una batalla que nos ha estresado; un apretón de manos después de un desencuentro; la satisfacción de un pequeño triunfo en medio de la rutina gris, casi sin nombre… Entonces la vida recupera fuerzas y el horizonte se ensancha; vale la pena, decimos para consumo interno, seguir escalando en la montaña de la vida.

Vivimos el segundo domingo de la Cuaresma 2018. Jesús acaba de anunciar a los suyos la forma de muerte que le espera. Intento comprender la reacción ‘primaria’ de Pedro. Caminan a Jerusalén y allí los acontecimientos pueden acabar con su esperanza ilusionada. El Maestro los ha decepcionado. ¿Vale la pena seguir a alguien que tiene como futuro una pronta y violenta muerte? Pedro protesta y recibe una mega regañada.

Jesús toma a los suyos, a los íntimos. Se transfigura, es decir, deja ver por un instante todo el misterio de luz que encierra su persona. Una voz lo confirma: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”. Todo transcurre en un abrir y cerrar de ojos. Pero el momento es suficiente para reconstruir la esperanza, recobrar la fe y seguirlo por donde sea, cuando sea, incluyendo el sufrimiento y la muerte. Los amigos bajan a la vida diaria a cultivar la esperanza paciente, activa, alegre.

Iniciamos la segunda semana del caminar cuaresmal. ¡Qué duro se hace seguir la marcha cuando perdemos el horizonte de la vida y la esperanza se apaga! Con frecuencia oímos historias de desesperanza y experimentamos desencantos, decepciones y frustraciones. La sabiduría popular intuye, desde la fe en el Resucitado, que sí hay motivos para seguir y afirma con esperanza: ‘Dios aprieta, pero no ahoga’.

Solamente con Cristo puede haber transfiguración. Con Él hay siempre una chispa que puede volver a encender esperanzas cansadas/apagadas/perdidas. El futuro que Dios nos promete y garantiza en Cristo es infinitamente más grande que nuestras cortas metas y el desconcierto que causan las ‘noticias falsas’. Si seguimos a Cristo seguramente encontraremos un Tabor en el camino.

Con mi bendición cuaresmal.

Imagen Zacatecas – Sigifredo Noriega Barceló




Más noticias


Contenido Patrocinado