Obra y reacción

Un observador se maravilla ante una piedra tallada: en ella ve reflejada la genialidad y el talento de quien la talló. Percibe a esa obra como un todo que no requiere mayores explicaciones. En esa obra se expresa el arte de verdad -dice- y recuerda que el arte contemporáneo siempre está acompañado de explicaciones: sobre … Leer más

Un observador se maravilla ante una piedra tallada: en ella ve reflejada la genialidad y el talento de quien la talló. Percibe a esa obra como un todo que no requiere mayores explicaciones. En esa obra se expresa el arte de verdad -dice- y recuerda que el arte contemporáneo siempre está acompañado de explicaciones: sobre los medios de producción, sobre los elementos que contiene la obra.

Sin embargo, ese espectador está pasando por alto todos los procesos que le permiten afirmar algo sobre esa piedra. Comienza al reconocerla como arte, pasa por la interpretación de su contenido y termina con la apreciación de la armonía en su forma.

Estos tres momentos se producen de forma simultánea e instantánea, provocando la ilusión de que, efectivamente, la obra de arte que el espectador tiene frente a sus ojos no necesita de mediación alguna.
Pongamos las cosas en contexto para analizar cómo es que reconocemos esta obra. La piedra está dentro de un museo, es una de las versiones de La Piedad, el autor fue Miguel Ángel.

Reconocemos a esta piedra tallada como arte no porque tenga una forma particular o sea de un material específico, ¿es arte una reproducción a escala real, en el mismo material, realizada por una moderna devastadora controlada por computadora? ¿La llamaríamos arte si fuera parte de la decoración de una cúpula renacentista?

Sabemos que es La Piedad: Cristo muerto en los brazos de su madre. Es una imagen que puede interpretarse con relativa facilidad si tenemos conocimiento de la tradición cristiana, aún más si el espectador es cristiano practicante.

Y como el arte renacentista se proponía representar a la realidad de la mejor manera posible, sabemos que la escultura tiene una forma bella porque muestra cuerpos que, si no fuera porque son de mármol, creeríamos que son reales.

Todo esto ocurre tan rápido que parecería que la obra se explica por sí misa, pero ¿qué pasaría si a este supuesto espectador cristiano de nuestro siglo le presentáramos un objeto tallado con detalle de alguna cultura africana para él desconocida? ¿Podría verla como arte? ¿O la catalogaría simplemente como artesanía? ¿Que pasaría si su armonía en términos de forma responde a criterios como que los cuerpos humanos deben ser proporcionales al tronco de un baobab? ¿Le parecería bella? ¿Tendría alguna idea del valor del trozo de madera con que fue hecha, sin que antes le expliquemos que proviene de un árbol poco común en la región de donde procede?

Probablemente, no. Para apreciar esta obra se requerirá de una mediación: una explicación de sus materiales, formas y contenido.

Maravillarse ante el arte no significa necesariamente que se trate de una obra bien realizada, de la misma manera que pasar frente a ella sin emoción no implica que sea mala. Se trata de reacciones que no dependen del objeto, sino de nuestra capacidad para tener una experiencia instantánea frente a él y de nuestra disposición para ceder a su provocación.
 

Imagen Zacatecas – Eric Nava Muñoz.