La vida de sus hijos: el precio de ser un padre ausente

Hoy, un padre se arrepiente por no saber decir no a sus hijos, pues uno de ellos está desaparecido y otro muerto; mientras que trata de cuidar a sus dos hijas pequeñas. Él y su esposa se habían divorciado cuando sus vástagos eran muy pequeños; la más pequeña no cumplía ni los 2 años, cuando él … Leer más

Hoy, un padre se arrepiente por no saber decir no a sus hijos, pues uno de ellos está desaparecido y otro muerto; mientras que trata de cuidar a sus dos hijas pequeñas.

Él y su esposa se habían divorciado cuando sus vástagos eran muy pequeños; la más pequeña no cumplía ni los 2 años, cuando él se fue y el niño más grande que llevaba el nombre del abuelo rondaba los 7 años. La familia quedó al cuidado de la madre y él hizo su vida en Estados Unidos.

Allá se volvió a casar. 

Sin embargo, extrañaba a sus hijos y volvió a su terruño para acercarse y tratar de recuperar el tiempo perdido al lado de sus muchachos y sus pequeñas. 

Por lo que veía en redes sociales sabía que su pueblo, era uno cuando se fue y otro cuando regresó. 

Cuando él volvió a verlos,  sus pequeños eran unos adolescentes, a quienes no les gustaba la escuela y no tenían  interés en ella. 

El error

Tratando de compensar el hecho de haber sido un padre ausente, trató de convertirse en su mejor amigo y en su compañero, en  lugar de su padre. 

Esto, reconoce, fue su principal error. 

No dudó en apoyarlos cuando decidieron dejar la escuela “para trabajar”, a pesar del conflicto que generó con su exesposa. 

Confiesa que nunca pensó en lo que sus niños se convertirían y cuando lo supo ya era demasiado tarde. 

A los pocos días de que sus dos hijos dejaron la escuela, los vio parados con radios en la salida de la ciudad donde radicaba, pero lejos de decirles algo se limitó a callar. 

Después, los muchachos manejaban vehículos ostentosos y hasta su manera de hablar había cambiado. 

“Empezaron como todos, asoleándose viendo quienes entraban y salían de aquí, pero luego los ascendieron, no sé cómo ni por qué”, recuerda. 

Comentó que las mujeres y el dinero empezaron a sobrarles y él se sentía orgulloso de que sus dos retoños fueran unos casanovas, aunque nunca imaginó cuál sería el precio. 

Sin embargo, la primera madrugada en la que los muchachos no llegaron a dormir pensó que los había perdido para siempre y esa angustia crecía cada día que no llegaban. 

Llegaron después de tres días, contentos por regresar, pero muy lastimados. Contando con orgullo, experiencias que para él serían dolorosas de repetir, por la incredulidad de lo que sus hijos hacían. 

Después, la incertidumbre, zozobra, tristeza y miedo se apoderaban de él cuando sabía que las autoridades estaban cerca y que había persecuciones, pero sus muchachos siempre regresaban. 

La culpa

Hasta que un día, una llamada a su celular le informó que si quería saber de su hijo mayor fuera al Semefo. 

La imagen de su muchacho en la plancha, dice, acabó con la mitad de su vida y ahora la culpa no lo deja vivir. 

Al menos de él sabe su destino, pero del menor, su paradero es desconocido, al igual que el de algunos de sus amigos.

Proteger a sus hijas y el anhelo de encontrar con vida a su hijo menor desde hace cinco años se han convertido en su motor. 

Hoy él reconoce que falló como padre y no puede tampoco con el dolor que le causó a la madre de sus hijos.

Imagen Zacatecas – Lilith Rivera




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