Peor que inútiles

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Nadie es un experto en el Covid-19. No ha estado sobre la faz de la Tierra lo suficiente para que así sea. La idea de que podría existir un líder mundial en este campo transcurridos dos meses debería inspirar sentimientos de temor y burla. Eso es exactamente lo que el virus provoca y por ello … Leer más

Nadie es un experto en el Covid-19. No ha estado sobre la faz de la Tierra lo suficiente para que así sea. La idea de que podría existir un líder mundial en este campo transcurridos dos meses debería inspirar sentimientos de temor y burla. Eso es exactamente lo que el virus provoca y por ello los expertos deben allegarse una segunda opinión.

Thomas Pueyo, un ingeniero francoespañol que dirige una compañía de marketing de miles de millones de dólares es también uno de estos nuevos expertos en el estudio de los coronavirus desde hace unas semanas (no podría ser de otro modo). Pero si quieres una magnífica visión general de la pandemia que también es una llamada a la acción muy discutida, el lugar al que ir es su texto titulado “El Martillo y la Danza”.

Fomitas y vectores. Que si el virus se transmite tocando el cabello del estudiante de al lado o a través de la voz del profesor. Esos temps perdus de la clase de epidemiología que debimos llevar los médicos están cobrando vida de nuevo, con flechas que se han vuelto significativas y cierto esplendor lingüístico en la hermosa gráfica 6 de Tomas Pueyo que dibuja la interpretación de cómo será una mutación inevitable del SARS-CoV-2, que teme asegurará su persistente virulencia en la población humana. O al contrario, el virus puede simplemente desintegrarse y convertirse en basura pulmonar, como otros coronavirus humanos. Habrá una enorme bibliografía sobre la metamorfosis del coronavirus para que los maestros del futuro hablen: hoy hay ejemplos todos los días y en cada esquina. Antes de mucho tiempo los cines estarán llenos de nuevo, y los cabellos jóvenes brillarán una vez más en la luz del sol ceniciento.

En esos próximos meses, las personas recordarán el tiempo del miedo. Hasta hoy, parece que lo tuvimos demasiado bien durante demasiado tiempo. Mucha gente se siente atraída por predecir quién vivirá o morirá en esta pandemia, utilizando métodos como los descritos en múltiples fuentes, tan dispares como las redes sociales o textos médicos. Tal vez se pueda leer los estudios de seguimiento dentro de unos años, mostrando cuál de estos articulaba mejor los datos. O tal vez no.

Las mesas giratorias llenas de delicias chinas no representan el origen de la mayoría de los casos globales de Covid-19. Sospecho que los niños son vectores comunes en Occidente, aunque rara vez los comemos. Los italianos son particularmente propensos a arrebatar bebés y niños a sus legítimos dueños y a comerlos a besos. No estoy sacando conclusiones apresuradas sobre los peligros virológicos de la bambinofilia: esas cosas son para que los epidemiólogos decidan. Lo que sí sabemos los que no somos expertos, y los que sí también, es que el mayor riesgo de contagio proviene del contacto cercano con las secreciones aerotransportadas de cualquier persona y que éstas son más infecciosas si se encuentran en las primeras etapas de la enfermedad.

Y si, es posible que los niños hayan sido vectores clave al principio de la epidemia china. En Wuhan, en enero de 2020, curiosamente “la gripe” era mucho más común entre los niños hospitalizados que en los años pasados. Es posible que decenas de miles más se habrían quedado a convalecer de “gripe” en casa o habrían ido a la escuela con síntomas insignificantes. Y datos como este ponen de relieve la urgente necesidad de una vigilancia más sólida para medir el verdadero alcance y la gravedad de la enfermedad por COVID-19 en todas las edades y en cada comunidad.

En las últimas dos semanas en México, todo el mundo se ha vuelto experto, pero nadie se ha hecho una prueba. Con suerte esto habrá cambiado para cuando termine. No ha sido por falta de una gama de posibles productos de análisis. Es probable que la idea de una prueba “estándar de oro” para esta infección siga siendo ilusoria. Recuerde esto cuando lea acerca de los números de casos “confirmados” de Covid-19: como denominador para calcular la tasa de letalidad, son casi peores que inútiles.




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