Lo normal no servirá

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La pandemia de Covid-19 es una catástrofe humana, pero da a la comunidad mundial la oportunidad de repensar el propósito de la sociedad en un planeta cuyas fracturas evidenció el virus y redefinir lo que queremos que sea. Antes de la pandemia casi 700 millones de personas pasaban hambre, casi 800 millones vivían en la … Leer más

La pandemia de Covid-19 es una catástrofe humana, pero da a la comunidad mundial la oportunidad de repensar el propósito de la sociedad en un planeta cuyas fracturas evidenció el virus y redefinir lo que queremos que sea. Antes de la pandemia casi 700 millones de personas pasaban hambre, casi 800 millones vivían en la miseria y 79 millones de personas tuvieron que emigrar por la fuerza. Antes de la epidemia, para miles de millones de personas la vida normal no funcionaba. Tal vez no podamos volver a la normalidad, pero tal vez no deberíamos querer volver al mundo que teníamos.

La pandemia ha dejado lecciones al mundo. En primer lugar, nos ha puesto claro quién realmente mantiene funcionando a la sociedad -y no son los políticos-: los trabajadores de las tiendas de alimentos y farmacias, los trabajadores sociales, conductores de autobuses, maestros, cajeros bancarios, oficiales de policía, los trabajadores de la salud, agricultores y quienes se dedican a la limpieza. La sociedad a menudo da por sentado que estos obreros están ahí, pero sin ellos nos hundiríamos en el caos.

La segunda es que la sociedad es mucho más frágil de lo que apreciamos. Los sistemas alimentarios han demostrado su debilidad cuando se vieron enfrentados a la insuficiencia de sus almacenes y las interrupciones en las cadenas de suministros. Los mercados de trabajo se han evaporado en cuestión de semanas. Algunos de los mejores sistemas de salud del mundo han evitado por un pelo el colapso total sólo a través de medidas de emergencia extremas y esfuerzos individuales heroicos, con escasez de ventiladores, equipos de protección personal, existencias de oxígeno, de medicamentos y de personal sanitario. La fragilidad de las comunidades humanas no es una propiedad especial de la que adolecen los países devastados por las guerras; está aquí, entre nosotros.

La pandemia se está cebando con los más pobres. Sus efectos directos difieren según la raza, el género, la riqueza y el acceso previo a los servicios de salud y su calidad. Es probable que las interrupciones en la prevención y el tratamiento de las enfermedades no transmisibles empeoren las desigualdades sanitarias existentes de la misma manera que en otros tiempos se ha evidenciado entre quienes no tiene accesos a vacunas.

Los efectos sobre los determinantes sociales de la salud también son devastadores. La educación escolar y universitaria se ha estancado: en muchas regiones del mundo nadie sabe cómo vamos a regresar a las escuelas y se puede prever cómo afectará este factor a la vida futura de los niños, sus familias y sus países. Las empresas han cerrado y cerca de 2000 millones de trabajadores en la economía informal, muchos de ellos sin otros medios de apoyo, se ven afectados por las restricciones impuestas por la pandemia. Al menos 70 millones de personas más serán empujadas a la miseria de la que ya habían salido. Parece que va siendo tiempo de recapacitar y reconocer la relación que existe entre el crecimiento económico de las sociedades y la eliminación de la pobreza. La redistribución de la riqueza, no solo el crecimiento, es esencial.

La epidemia nos ha aplastado la cara al hacernos ver que tenemos que centrarnos en la sostenibilidad de la sociedad, la salud y el planeta. Es tiempo de un nuevo acuerdo que vincule la justicia económica y la redistribución, con una recuperación justa y saludable de la pandemia. Parece que estas ideas han ido ganando apoyo político, al menos en la retórica y está en manos de los ciudadanos exigir que los cabios sean tan profundos como sean necesarios.

La necesidad de desafiar las obsesiones de nuestra la sociedad (eficiencia, consumismo y crecimiento) no es una idea nueva, ni siquiera para los economistas. Pero la comunidad de la salud tiene autoridad moral para plantear y exigir este desafío. Esto requerirá un cambio de nuestras referencias sociales y económicas, así como un cambio de métricas. Las personas, las instituciones, las organizaciones y las sociedades que tienen estas obsesiones en el fondo necesitan pensar de nuevo. Lo normal ya no servirá.

*Médico




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