La república en crisis

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

El Covid-19 ha expuesto la ruina del estado mexicano. Este estado que en realidad es parte del problema cuando todo el mundo quisiera percibirlo como la solución. El estado al que hace mucho vemos incapaz de llevar a cabo adecuadamente sus obligaciones básicas: salud, policía, justicia, seguridad de la propiedad. Su incapacidad como responsable de … Leer más

El Covid-19 ha expuesto la ruina del estado mexicano. Este estado que en realidad es parte del problema cuando todo el mundo quisiera percibirlo como la solución. El estado al que hace mucho vemos incapaz de llevar a cabo adecuadamente sus obligaciones básicas: salud, policía, justicia, seguridad de la propiedad. Su incapacidad como responsable de la educación de la nación, y en particular de su juventud, es conocida desde hace mucho tiempo. Durante estos cuatro meses ha sido visto tambaleándose, a tientas, incapaz de orientar a sus funcionarios, dejándole a cada autoridad local, juez, médico, maestro o cartero que decidiera si cumpliría o no con su deber de servicio. Eligiendo, al principio y mientras no se vio rebasado, ser autoritario en vez de autoridad.

Con la pandemia como reveladora, lo que salió a la luz fue la crisis de conciencia republicana que ha estado ardiendo en el inconsciente mexicano durante mucho tiempo. Históricamente, se nos ha impuesto la idea de que la forma republicana del estado significaba el deseo de los mexicanos de formar una nación, pero sin dejar bien claro lo que esto implica de los derechos adquiridos, pero también de las obligaciones asumidas. La guerra de Reforma con la efigie de Juárez y la Revolución Mexicana, con sus millones de muertos y sus monumentos conmemorativos levantados incluso en nuestros pueblos más pequeños, están allí para que no lo olvidemos. El republicano es -o era- un contrato entre los mexicanos y su régimen, donde cada uno reconocía derechos sobre el otro. La crisis de salud reveló lo contrario: para muchos mexicanos, el Estado republicano mexicano no es más que el régimen donde el interés de cada individuo se ha convertido en el valor supremo.

Hace décadas que diversos personajes de la vida pública mexicana han hecho llamados para escribir una nueva constitución. Ahora vemos a ciudadanos de a pie, pero también a gobernadores demandando a la república por su falta de cumplimiento; vemos a un buen número de estos últimos planteando la idea de una reformulación del pacto fiscal. La Patria republicana, tal como la conocemos, tanto la tutelar como la depredadora, esta “entidad que trasciende las existencias individuales por las que los hombres habían aceptado arriesgar sus vidas”, está agonizando ante nuestros ojos. ¿Todavía hay personas, instituciones, ideas, por las que nuestros contemporáneos aceptarían sacrificar sus vidas? Creo que nada es menos seguro.

Con la perspectiva de una recesión económica sin precedentes en casi un siglo y su procesión de bancarrotas, cierres de unidades productivas y desempleo, tenemos un gobierno que pretende comandar el manejo de estos eventos como puede comandar el movimiento de las nubes.

¿Debemos concluir que nuestro desempeño como país ante esta prueba es totalmente negativo? Eso está por verse, aunque hay señales ominosas. La primera es que no parece que la experiencia nacional haya servido: aunque se han evitado algunos de los errores cometidos, particularmente por el sistema bancario, durante las crisis de 1994 y 2008, lejos de aprender de la experiencia, el Estado, en el centro de esta crisis, sólo ha pensado en hacernos creer, cada vez con menor éxito, que tiene control del fenómeno médico de la epidemia, sin pensar en la recuperación, como lo demuestra su nula intervención para compensar las pérdidas salariales y para evitar quiebras a muchas empresas. Sin comprender la prioridad que significa la recuperación, no aprecia la debilidad de nuestra industria, que dejada a su suerte no tiene la capacidad para amortiguar el golpe.

México debe ser, por fin, una república. Un lugar seguro para sus ciudadanos, igual en derechos y deberes. Es intolerable que la policía recurra a la violencia, como intolerable es que se utilice la violencia contra la policía. Depende del Estado proteger a sus ciudadanos y agentes. La escuela debe convertirse en el horno de la nación y la idea de México debe volver a ser una esperanza.

Ni la derecha, ni la izquierda, ni el centro parecen capaces de esta empresa. Lo mejor que se les puede exigir es que no se interpongan en el camino de la renovación, cuando se produzca.




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