Corrupción, ébola, sarampión: tres enfermedades

La historia de las actuales pandemias de sarampión y ébola radicadas en África Occidental, ambas enfermedades virales extremadamente contagiosas y letales, siguen, según debemos pensar, en su capítulo inicial. ¿Estos virus serán contenido, o extenderán su horror a través de África y más allá? La pregunta se plantea en las cabezas de muchos médicos y, … Leer más

La historia de las actuales pandemias de sarampión y ébola radicadas en África Occidental, ambas enfermedades virales extremadamente contagiosas y letales, siguen, según debemos pensar, en su capítulo inicial. ¿Estos virus serán contenido, o extenderán su horror a través de África y más allá? La pregunta se plantea en las cabezas de muchos médicos y, pienso, debería irrumpir la preocupación de los líderes del mundo. Hay miedo, que se atempera porque percibimos al África en la lejanía.

Desde agosto de 2018, más de 2 mil personas, entre ellas más de un centenar de trabajadores médicos, han muerto a causa del virus del ébola en el África occidental, en un brote que no ha podido ser controlado efectivamente desde 2014; simultáneamente, ha habido un rápido aumento del brote mundial de sarampión, con casos notificados que han hecho saltar la estadística mundial un 300% en los tres primeros meses de 2019 en comparación con el mismo período del año anterior, según la Organización Mundial de la Salud, la misma que en octubre ha dado la alarma por la pérdida de control de la epidemia en aquella misma zona del mundo, donde murieron casi 5 mil personas a causa de  sarampión en los primeros 10 meses de este año.

¿Por qué los sistemas de salud de estos países, después de recibir miles de millones de dólares en ayuda internacional, han perdido el control de estas plagas modernas? Para empezar, la mayoría de las naciones africanas apenas tienen nada parecido a lo que nosotros llamaríamos un sistema de salud, a pesar de los programas de ayuda y oleadas de voluntarios médicos y de desarrollo dedicados. Tan rápido como se han vertido recursos en esos países, las prácticas groseramente corruptas y las malas habilidades comerciales los hacen desaparecer o escapar. Al igual que el ébola en sí, la corrupción es una enfermedad hemorrágica. Cuando los programas de ayuda fallan debido a la corrupción, se obstaculizan los demás programas de ayuda. Al final, los enfermos se enfrentan a estas terroríficas enfermedades en pequeñas clínicas de salud con estantes vacíos, paredes descarapeladas y ningún personal médico, y los muertos acaban pudriéndose bajo los árboles de la selva.

Si queremos enfrentar en serio a las plagas mundiales actuales y venideras, debemos asegurar condiciones para el acceso universal a una atención sanitaria de calidad, y eso sólo es posible si se elimina la corrupción que ahora se da por sentada en los países pobres. Según Transparencia Internacional, Guinea -el origen de esta pandemia de ébola- ocupa el puesto 150 de 177 países en su índice de percepción de corrupción, mientras que Sierra Leona ocupa el puesto 117 y Liberia ocupa el puesto 83. México, en otro continente, está en el lugar 138 del mismo ranking, el peor en la OCDE. Si bien, la corrupción no es el único factor responsable, la relación no es casual. Mejorar los sistemas de salud en las naciones más corruptas o pobres debería estar en la parte superior de la lista de tareas pendientes para la humanidad.

Ante estas plagas, lo necesario es la financiación ágil, segura y rigurosa para los sistemas de salud, tanto los públicos como privados. Cuando los funcionarios corruptos se dedican a despilfarrar fondos, los centros privados deben ser construidos y dotados de personal, financiados por donantes privados y fundaciones con visión de futuro. No es casual que la presión internacional contra la corrupción en este tipo de naciones por fin parece darse en serio.

La corrupción y el ébola son esencialmente la misma enfermedad hemorrágica. Tomar medidas no es simplemente una obligación moral, sino que respondería a nuestro propio interés. Empecemos ahora, antes de que el próximo virus, tal vez muchas veces más transmisible y letal, se aparezca para desafiarnos a todos.




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