Tanta exigencia perdimos

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Ceñudo, robusto, de voz ronca y bronca, un señor de más de 70 años me insistía en su argumento: “Siempre fui exigente con mis hijos. Me acusan de que no los consentí, no les permití hacer su gusto… Mírelos ahora: todos hombres derechos, muy trabajadores y honestos, cada uno responsable de los hijos y la … Leer más

Ceñudo, robusto, de voz ronca y bronca, un señor de más de 70 años me insistía en su argumento: “Siempre fui exigente con mis hijos. Me acusan de que no los consentí, no les permití hacer su gusto… Mírelos ahora: todos hombres derechos, muy trabajadores y honestos, cada uno responsable de los hijos y la esposa”.

Cruzaba los brazos sobre su camiseta blanca, arriba de su sencillo pantalón de mezclilla. “Un vecino me reclamaba lo mismo, que yo no tenía hijos felices, como si la felicidad fuera no tener disciplina y hábitos… y mejor se calló cuando le dije que por lo menos mis hijos nunca habían caído en la cárcel… porque dos de los suyos sí”.

Con primaria trunca pero orillado a aprender a hacer buenas cuentas sobre papel estraza, con sólida trayectoria como criador de cerdos y reses, el hombre robusto me dejó pensando sobre todo en el concepto de la exigencia.

Tanta exigencia perdimos como profesores, que ahora tenemos “titulados” que no saben cuáles palabras se escriben con hache inicial, docentes que no tienen hábitos de lectura ni saben hablar correctamente, médicos que no están seguros de los diagnósticos que emiten, políticos que ya no leen ni siquiera la Constitución, funcionarios y funcionarias déspotas que prefieren, a costa de la nómina, rodearse de decenas de asesores antes que realmente funcionar ellos.

Tanta exigencia perdimos como papás, que quienes en estas generaciones nuevas lo somos podemos carecer de temple y carácter para inspirar respeto. Tanta exigencia perdimos como ciudadanos que dejamos que cualquier papanatas llegue a regidor, diputado o presidente. Tanto perdimos que cada mañana pueden inundarnos de más y más discursos políticos que son pretextos o inútiles reproches al pasado.

Tanta exigencia perdimos que nuestra democracia parece ahora más imperfecta y rehén. Tanta exigencia olvidamos que la violencia ha escalado niveles nunca antes tolerados. Tanto dejamos de exigir que ahora no podemos decir que este país no es resultado tanto de nuestras decisiones como de nuestras omisiones.

Perdimos exigencia y con ello muchas certezas. La peor que abandonamos fue la propia exigencia, la que nos impulsaba a imponernos metas diarias, semanales, mensuales; la que fundábamos en nuestros buenos hábitos y convicción.

Pero aún hay tiempo de recuperar algo de ella, claro.




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