La “cultura del esfuerzo” y los negocios ocultos

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Muy traída y llevada ha sido la expresión “cultura del esfuerzo”: “Orgullosamente vengo de la cultura del esfuerzo”, “Me formé en la cultura del esfuerzo”. Con tales declaraciones, la más de las ocasiones en boca de políticos, intentan sobre todo ellos decirnos que están hechos de la misma pasta que uno, mientras muchas veces insisten … Leer más

Muy traída y llevada ha sido la expresión “cultura del esfuerzo”: “Orgullosamente vengo de la cultura del esfuerzo”, “Me formé en la cultura del esfuerzo”. Con tales declaraciones, la más de las ocasiones en boca de políticos, intentan sobre todo ellos decirnos que están hechos de la misma pasta que uno, mientras muchas veces insisten algunos en alimentar negocios ocultos, incluso fraudulentos.

Con sus discursos buscan acaso tapar el brillo que emiten sus zapatos de piel frente a los choclos de sus congregados. Intentan disimular la perfumada gomina en su cabellera frente a las gotas de limón en las de los demás. Con esas expresiones fingidamente humildes, aspirinos y operadores políticos buscan evadir que se descubra que el finísimo sombrero Stetson con que se disfrazan vale más que el ingreso mensual de cualquiera de los pobres gorrudos a quienes se busca convencer para que apoyen al caudillo en turno (próximo cacique).

La realidad es siempre más poderosa que los discursos. Los hechos pueden ser difícilmente descafeinados, decolorados. En efecto, algún candidato o político pudo haber tenido una infancia o juventud desarrolladas en la pobreza, pero en algún momento también pudo comenzar la racha de posiciones políticas y negocios (generalmente ocultos o bien simulados) al amparo de éstas.

Cómo se ha atribuido al profesor mexiquense Carlos Hank la sentencia “Un político pobre es un pobre político”. Él mismo, quien comenzara como director de secundaria y tesorero municipal, y terminara como gobernador, regente del Departamento del Distrito Federal y prototipo del político-empresario mexicano, es prueba de que intereses políticos y económicos suelen ir aparejados en quienes no se resignan en “servir al pueblo” durante sólo tres o seis años. La frase “cultura del esfuerzo”, claro, es una de sus banderas ante la opinión pública.

Vestir de altruismo, vocación por la generosidad, a un ansia de poder y atesoramiento constituye la incongruencia de la que se alimentan las llamadas carreras políticas. Adornar a ese vestido con frases que aluden a la cultura del esfuerzo (“soy como tú”, “yo también, como ustedes…”) es llevar la confianza de la gente a un callejón donde se entrampa el genuino progreso común.

Mediante esos embauques en nombre de la cultura del esfuerzo se forma lo que los demagogos llaman “capital político”. Con éste chantajean, presionan, ganan. Mediante ese “peso”, las “canicas” que traen, prosiguen alianzas y componendas para engordar intereses ocultos. La expresión “cultura del esfuerzo” puede ser artilugio para cosechar empatía: la moneda que adquirirá y preservará negocios sospechosos, mezquinos e incluso muchas veces fraudulentos.




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