Cultura profesional de docentes

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Simitrio Quezada*Se ha recalcado que en la escuela convergen problemas y realidades de alumnas y alumnos, quienes son diversos a pesar de su entorno y generalidad. Quienes estamos frente a grupos podemos poner una mano bajo el mentón y comenzar a diagnosticar sesudamente, según nosotros. Olvidamos que esa postura constituye otro producto de nuestra cultura … Leer más

Simitrio Quezada*Se ha recalcado que en la escuela convergen problemas y realidades de alumnas y alumnos, quienes son diversos a pesar de su entorno y generalidad. Quienes estamos frente a grupos podemos poner una mano bajo el mentón y comenzar a diagnosticar sesudamente, según nosotros. Olvidamos que esa postura constituye otro producto de nuestra cultura profesional y participativa: también ingrediente de la dinámica en el aula.

Formación, hábitos, aficiones, modelos de pensamiento y problemática de nosotros, directivos y profesores, tienen preponderancia en la educación. En la tradicional, aceptémoslo, ha pesado más esta cultura propia de los docentes que la de los destinatarios del proceso educativo. Por eso debemos detenernos en esta insistencia de que, por capital, la formación del formador debe ser no sólo permanente sino además enriquecida.

Especialistas de la Educación definen cultura profesional como “conjunto de prácticas, creencias, ideas, expectativas, rituales, valores, motivaciones y costumbres que definen la profesión de alguien en un momento dado”. El docente –viene la vieja confiable gassetiana– es lo que lo ha formado profesionalmente y lo que ahora hace con esa formación… y lo que lee, desea, escucha, platica, fuma, baila, grilla, ama, odia e incluso lo fanatiza.

A querer o no, el docente lleva a su práctica las lecturas que hace fuera de los textos que lo obliga a leer su autoridad (si es que sí tiene el hábito de lectura). Todo profesor puede ser comprendido a partir de si está suscrito a alguna revista especializada, si publica, si participa en foros presenciales y/o virtuales, si toma decisiones o influye en la participación social en su entorno, si es líder, si promueve o no el debate y la tolerancia, si extiende su preocupación fuera de su percepción salarial.

De la cultura profesional deriva la participativa. Por eso es tan importante la formación de docentes, y sin embargo se ve relegada en la sociedad. Que se les enseñe a hacer planeaciones, parecen decir los más conchudos. Que se les adiestre para que medien en conflictos suscitados en el aula, recalcan otros perdidos.

La calidad del docente es la de las sociedades, empresas, asociaciones civiles, ministros de culto, gestores, partidos políticos y otras instituciones. La cultura profesional y participativa del docente permea en el entorno y los múltiples roles que en éste se desarrollan. Claro: siempre que nosotros los docentes nos esmeremos en trascender de la mera instrucción a una genuina educación; siempre que la conducción y formación de todo alumno y alumna integre, a su vez, una cultura profesional y participativa, una enriquecida y fructífera formación continua.

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