Frutos

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

Quien lee el Evangelio con ojos del que busca bienestar ‘a la carta’ en tiempos de pálida pandemia va a quedar decepcionado. Al Evangelio de Jesús no aplican las reglas del marketing político, sanitario, económico -mucho menos- del religioso. El Evangelio no es una doctrina para vivir seguros de errores, libres de tentaciones, con respuestas … Leer más

Quien lee el Evangelio con ojos del que busca bienestar ‘a la carta’ en tiempos de pálida pandemia va a quedar decepcionado.

Al Evangelio de Jesús no aplican las reglas del marketing político, sanitario, económico -mucho menos- del religioso.
El Evangelio no es una doctrina para vivir seguros de errores, libres de tentaciones, con respuestas al alcance de un touch. Quizá por esto muchas personas prefieren ser fans de la indiferencia, parte de la estadística de quienes han extraviado su ‘fe’ de bautismo.

Los griegos (gentiles) que se acercan y quieren ver a Jesús han hecho un largo recorrido por el fascinante y, a veces, desesperante mundo de la búsqueda. No se han conformado con discursos eruditos, propuestas baratas de felicidad, bellezas esculpidas en materiales desechables. Tampoco el ambiente de fiesta que ven en Jerusalén les satisface. Piden ayuda a Andrés y Felipe para ver a Jesús. ¿Qué buscan? ¿Por qué en una fiesta?

Los griegos buscadores de aquel tiempo somos los seres humanos de todos los tiempos. Cada época pone el acento en algún matiz. En los últimos años hemos acentuado –una vez más- la libertad y las libertades, la verdad y las opiniones, la seguridad y las agarraderas… En el último año la búsqueda rápida de una vacuna que nos libre del resbaladizo covid-19.

Buscar una referencia sólida y segura que sirva de orientación y dé sentido trascendente es propio del ser humano. Como los griegos del texto evangélico, los habitantes de este siglo buscamos algo más que la ‘candidatura’ de cada día: felicidad, amor, sentido, seguridad, esperanza, respuesta, verdad, libertad, belleza, plenitud. ¿Cómo orientarnos ante tantas ofertas en un mundo tan confusamente fragmentado y con visiones escandalosamente cortas e interesadas?

Jesús responde a la búsqueda de todos los seres humanos.

Hoy emplea la imagen del grano de trigo para indicar el camino a recorrer. La muerte del grano de trigo es un estallido: se rompe y deja salir toda la fuerza que lleva dentro para que brote la vida. Para que la vida estalle necesita un período de anonadamiento en la tierra para germinar en el silencio.

Así debería ser en nosotros. Morir es permitir que la riqueza que somos, fecunde. Ciertamente algo acaba y, donde acaba algo, comienza lo nuevo. El que se resguarda en su ego se hace infecundo, en él es imposible la plenitud porque falta Dios, el prójimo, el amor. En la vida se trata de dar frutos, no sólo resultados. Para eso es necesario morir como el grano de trigo sembrado en la tierra.

El grano de trigo es Jesucristo crucificado. Creemos en su oferta de salvación. En la cercanía de la Pascua se nos revela también la necesidad del prójimo para llegar a Jesús. Encontrar a Jesús tiene personas y lugares privilegiados: allí donde hay que jugarse la vida por los demás, donde la cruz es una presencia salvífica -no un estorbo, un adorno, un escándalo.




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