Entre los miedos y la fe

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

El viernes 27 de marzo del año en curso, al inicio de la pandemia en México, escuchamos este evangelio en la versión de Marcos. Fue en la Plaza de san Pedro en aquella estremecedora y provocadora celebración litúrgica presidida por el Papa Francisco. Desde entonces hemos vivido experiencias que, en general, nos han ayudado a … Leer más

El viernes 27 de marzo del año en curso, al inicio de la pandemia en México, escuchamos este evangelio en la versión de Marcos. Fue en la Plaza de san Pedro en aquella estremecedora y provocadora celebración litúrgica presidida por el Papa Francisco. Desde entonces hemos vivido experiencias que, en general, nos han ayudado a poner los pies en la tierra y a elevar la mirada hacia el horizonte planetario y trascendente de la vida. Hemos caído en la cuenta que no somos dioses, que no lo sabemos todo, ni podemos cambiar el rumbo de la historia con nuestras autosuficiencias. Después de cinco meses la enseñanza del texto sigue vigente: vamos en la misma barca y nos seguimos (nos seguiremos) necesitando.

Me encanta la Palabra del domingo pasado.Tiene un ‘algo’ especial que cautiva. Describe la cruda realidad de la experiencia de la vida de cada día. Tenemos que reconocer que somos simples aprendices cuando se presentan tormentas inesperadas. Vamos de sorpresa en sorpresa; al navegar no sabemos qué tempestades vamos a encontrar en el trayecto. Lo decisivo es y será encontrar la presencia y el poder de Dios que lleva el timón; no importa que de momento lo confundamos con un fantasma.
Vivimos entre el temor ante lo incierto y la fe en Dios. No sé cómo anda nuestra fe en Él en estos tiempos pandémicos, ni en qué barca nos hemos subido. Es posible que conozcamos las verdades del credo, nos confesemos católicos pero todavía no hayamos tenido la experiencia del buen Dios. Es posible que no lo reconozcamos en la trama de las cosas de cada día, ni le permitamos llevar el timón de nuestra vida.

Elías reconoce a Dios en el aparentemente insignificante susurro de la brisa. Pedro y compañeros de travesía lo reconocen –no sin dificultades- en la oscuridad de la tempestad. Hoy nosotros somos invitados a encontrar a Dios en las complejas, inciertas y desconcertantes realidades, entre el sufrimiento y las fatigas de cada día. Dios está ahí aunque de momento las dudas nos zarandeen.

La clave es buscar la cercanía del Señor aunque todavía no amanezca. Resignarse a la lejanía no es buena señal. La fe genera confianza y ésta se manifiesta en la osadía que vence al miedo y encausa los deseos y la esperanza. Nos hundiremos cuando nos apoyemos sólo en nuestras fuerzas, razones humanas o caprichos. La fuerza del Señor nos mantiene a flote, no nuestros poderes. Es cierto, la autoestima es buena con tal de que no degenere en autosuficiencia.

Dejemos subir a Cristo todos los días a nuestra barca y confesemos con fe: “Realmente tú eres el Hijo de Dios”. Este es el anuncio que se espera de nuestros labios y de nuestra vida entera. No olvidemos ayudar desde la caridad a otras barcas que tal vez se estén hundiendo.

Ponemos bajo las alas del Espíritu Santo a estudiantes, maestros, directivos y padres de familia que han iniciado un nuevo ciclo escolar, peculiar y desconcertante, con desafíos y oportunidades.
Con mi afecto y bendición.
*Obispo de Zacatecas




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