Javier y Punto Final

Pablo Torres Corpus.
Pablo Torres Corpus.

La relación con mi papá fue como él: intensa e intermitente, pero directa, cabal y respetuosa. En la primera infancia, íbamos con regularidad a dar la vuelta, platicábamos de cómics; no le agradaba que fuera fan de la lucha libre, menos que soñara con ser luchador. Luego vino una ausencia de dos o tres años, … Leer más

La relación con mi papá fue como él: intensa e intermitente, pero directa, cabal y respetuosa.
En la primera infancia, íbamos con regularidad a dar la vuelta, platicábamos de cómics; no le agradaba que fuera fan de la lucha libre, menos que soñara con ser luchador.

Luego vino una ausencia de dos o tres años, y me buscó luego de un concurso de “escritura” de la secundaria, me dijo que escribía muy bien y quería que lo ayudara con El Alacrán; acordamos. Y el sábado antes de las ocho horas llegué con premura y sueños al periódico, pero en lugar de ponerme a derrochar letras, me puso a limpiar máquinas.

Así pasaron unas semanas, luego me ascendió, además de lavar máquinas ya podía intercalar El Alacrán, la paga era la misma pero la responsabilidad y orgullo crecieron.

Meses después me encargó corregir los horóscopos y por fin llegó la gran oportunidad. Acorde con la escuela y costumbres con las que mi papá se formó en los medios, un periodista empezaba limpiando máquinas y debutaba haciendo notas policíacas.
Así fue, un viernes me dio mi gafete, una austera cámara digital y me mandó a cubrir la nota a bordo de una patrulla de la Preventiva Municipal. En ese tiempo había una relativa paz y las notas gordas se limitaban a pleitos de cantina, robo de bicicletas o accidentes automovilísticos.

Mi papá me tenía mucha fe porque cada vez eran más las tareas que me encargaba, a grado tal que llegué a regañarlo por salirse en horas de trabajo, en esa época aprendimos mucho; nos conocimos de más.

Cuando me fui a trabajar a la Ciudad de México mis tareas disminuyeron y sólo hacía artículos de opinión y eventualmente colaboraba con editoriales.

Hasta 2017 que mantuvimos esa dinámica, la energía de El Alacrán mermó y nos distanciamos un poco, nos veíamos para tomar café y lo que nunca creí: tomar fuertes en el Carta Blanca.

De mi parte hay gratitud por lo que me enseñó y los genes que me heredó. Creo que fuimos corresponsables, él en medida de lo que quiso; yo en medida de lo que pude.

Punto Final
Me pesa ver cómo se fue apagando, pero me alagan las llamas que encendió y nos honran las que siguen vivas.

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