¡Subamos! ¡Aspiremos!

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

La experiencia que hemos vivido ha sido difícil y llena de retos. Hemos visto morir gente muy cercana y nuestro amor propio ha sido golpeado y herido.

La celebración de la Ascensión del Señor nos encuentra este año con aires nuevos y frescas oportunidades. La mirada ha vuelto a sugerir horizontes esperanzadores y ha despertado nuevas aspiraciones, deseos y anhelos. Aunque las violencias parecen no ceder y sus diversas secuelas se asoman a cada rato en los variados espacios vitales, respiramos un ambiente que invita a la confianza de que no hemos sido derrotados por la pandemia y sus aliados, ni somos una generación fallida.

La experiencia que hemos vivido ha sido difícil y llena de retos. Hemos visto morir gente muy cercana y nuestro amor propio ha sido golpeado y herido. Pensábamos que lo sabíamos todo y podíamos recrear el mundo a nuestro modo, con nuestra ciencia, prescindiendo de Dios y de los demás… Con la humildad de fraile, hemos tenido que replantear la vida con sus misterios e incertidumbres. Vivir sin perspectivas, sin sentido, con miedo, parecía que era la única salida. Al mismo tiempo hemos escuchado voces que nos animan a levantarnos, subir la montaña, soñar con nuevas aspiraciones. Este es nuestro entorno al celebrar este año la fiesta de la Ascensión del Señor.

Cristo aparece triunfante y glorioso en la celebración de este día. El misterio- acontecimiento de la Ascensión es descrito con símbolos de victoria: la nube, las alturas, el ascender, la gloria… Antes describe también el cumplimiento de su misión, asumida y vivida con valentía y generosidad. El Cristo de Belén, muerto en el monte Calvario por nuestros pecados, es exaltado, elevado a los cielos, sentado a la derecha del Padre.

Mateo sitúa el acontecimiento en Galilea, lugar de encrucijada de caminos contradictorios, lugar del inicio del llamado y de la misericordia. Jesús retorna al Padre después de haber recorrido con los hombres las encrucijadas de la vida.

La Ascensión del Señor despierta en nosotros la esperanza del cielo nuevo y la tierra nueva; nos manifiesta la belleza y grandiosidad de ese cielo y nos encomienda la misión de construirlo ya desde ahora en la tierra. El “yo estaré con ustedes todos los días”, nos da la confianza necesaria. “Le pido a Dios que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza a la que han sido llamados y cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos”, dice Pablo a los discípulos de todo tiempo y lugar.

Algunos ‘vacilaron’ en aquel tiempo y muchos también en el nuestro. Jesús termina su misión sin que el proceso de fe de los discípulos esté maduro.

Confía en los suyos y en la misión que les encomienda. El Espíritu Santo descenderá sobre ellos, les enseñará, defenderá y recordará que el proyecto del Reino de Dios es para todos. Es el inicio del tiempo de la Iglesia que peregrina en medio de desafíos y oportunidades, miedos y aspiraciones. Seguimos caminando con la certeza de que el Señor estará presente con sus discípulos, para siempre y en cualquier circunstancia.




Más noticias


Contenido Patrocinado