Siempre resistir ante lo adverso (parte 2)

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Los ocho bomberos apagaban las últimas llamas en la casa donde crecí. Dejé a mi padre, regresé por el pasillo que del patio da a la calle. A mi lado, tres uniformados jalaban más la manguera sobre charcos con ceniza mojada, papeles chamuscados, plásticos hechos chicharrón. Frente a la vivienda, varias personas que rodeaban al … Leer más

Los ocho bomberos apagaban las últimas llamas en la casa donde crecí. Dejé a mi padre, regresé por el pasillo que del patio da a la calle. A mi lado, tres uniformados jalaban más la manguera sobre charcos con ceniza mojada, papeles chamuscados, plásticos hechos chicharrón. Frente a la vivienda, varias personas que rodeaban al camión escarlata cuchicheaban entre reojos.

Subí a la otra acera. Al traspasar el vano, escuché la sonora voz de mi madre. Entre el comedor y el pasillo central de esa casa de enfrente, ella estaba sentada en una silla verde. Frente a otras señoras acariciaba el vaso: con graduales sonrisas parecía intentar convencernos de estar tranquila. Le prometí solicitar tres días libres para, junto con mi esposa, ayudarles a remover lo destruido.

No me extrañó el estoicismo de mi padre y mi madre, aunque había razón para que lloraran de impotencia, de dolor. Podían adoptar posiciones fetales o gritar “por qué a nosotros, no lo merecemos”… Podía ser fácil y hasta permitido.

Sin embargo hace 50 años se conocieron, entre jugos y frutas del mercado del pueblo, ese migrante esforzado y esa esforzada vendedora. Al convivir, se identificaron en el hábito de avanzar cada día más en la responsabilidad y el trabajo tenaz. Por eso unieron vidas e idearios y en ellos nos formaron a su hija e hijos. Firmes en nuestras convicciones, tenemos todos hoy por lo menos dos consignas: 1. Trabajar más allá del cansancio. 2. Siempre resistir ante lo adverso.

Estoy orgulloso del hombre y la mujer que en los meses siguientes al incendio —sin quejas, amarguras, ni aspavientos; sí con demasiado esfuerzo, sacrificio y muchos ahorros— reconstruyeron la mitad de la casa.

Durante estos tres años posteriores, la vida les ha continuado con otros gozos y tumbos. En largos meses recientes mi madre se ha visto atada a una silla, pero tampoco eso ha podido minarla. Todos los días continúa abriendo su puesto y sigue vendiendo; sigue alegre y cordial con los clientes. Ella sale adelante con la ayuda de su aliado, el que se arma de paciencia y más fortaleza. Él sigue siendo como ella y ella como él. Ambos son como nos han formado a sus hijos, frutos de su muy dedicada unión.

 




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