El muy mentado sistema

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Escuché hace tiempo que “no se puede trabajar para el sistema y oponerse al sistema”. Difiero. El sistema al que sirvo, al que busco alimentar con mi trabajo, no es éste de intereses gandallas, encumbramientos de impreparados y avaros, actitudes cínicas y reprobables… sino uno donde se dignifique y haga crecer a nuestro entorno. La … Leer más

Escuché hace tiempo que “no se puede trabajar para el sistema y oponerse al sistema”. Difiero. El sistema al que sirvo, al que busco alimentar con mi trabajo, no es éste de intereses gandallas, encumbramientos de impreparados y avaros, actitudes cínicas y reprobables… sino uno donde se dignifique y haga crecer a nuestro entorno.

La consigna debe ser oponerse a que deshonestidad, simulación y componendas continúen siendo constantes de nuestras instituciones, tanto públicas como privadas.

Bastante falta para entender que, como bumerán, las pequeñas trampas en la vida común se nos devolverán tarde o temprano, cuando menos de modo indirecto. Bebemos de las mismas fuentes, y quienes las ensucian afectarán eventualmente, si no a sus hijos, a sus nietos o los hijos de éstos.

Se vale privilegiar el avance, fortalecimiento y aprovisionamiento propios: el egoísmo en el sentido puro de la palabra. Llenemos el propio granero para tener alimento que dar a uno y a quienes uno quiera y pueda ayudar. Pero sin pisotear, explotar, privar de derechos y dignidad a los otros. El respeto y la atención deberían lograr más para nuestro entorno.

“La vida no es justa y yo tampoco tengo por qué serlo”, tronaba hace años una autoridad universitaria mientras continuaba, con triquiñuelas, enriqueciéndose a costa del erario. Veía yo a jóvenes venidos de comunidades pobres buscando con esfuerzo un mejor futuro en esa institución, y a veces retornando a sus casas a mitad del cuatrimestre por no tener suficiente dinero para continuar su formación profesional. Cuántos beneficios podrían ofrecerse, pensaba yo, si allí campeara más la honestidad.

El mundo no es lo que debe ser, sino lo que se presenta. El mentado sistema viene lubricado por la corrupción: la mordida saca del apuro, el moche acelera la acumulación de patrimonio, la componenda permite que una mano cochambrosa ponga jabón a otra y viceversa. El dinero mal habido puede comprar respeto. Pero qué nos quedará ante los estragos de esta subcultura del “sálvese quien pueda”, del “ya me tocaba”, del “tíznense todos, que otro en mi lugar haría lo mismo o hasta peor”.

El muy mentado sistema ―su gradual falta de oportunidades, sus crecientes millones de pobres, su marcha voraz y alocada, su tendencia reincidente a idolatrar a caciques y “fórmulas mágicas”, su sarta de mediocres recomendados― es la verdadera amenaza del sistema que necesitamos. Asqueadas, muchas personas honestas se retiran de todo lo que implique participación social y servicio público. Con eso dejamos más cancha para los vivales, quienes insisten que no podemos ni debemos cambiar esta trinche realidad.




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