Esplendor

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

“Éste es mi Hijo amado”  Marcos 9,2-10   La cabeza encenizada va dando lugar a la cabeza brillosa gracias al horizonte de la Luz Pascual. El tiempo de Cuaresma no es calle cerrada, sacrificio sin sentido, práctica ascética sin fin. Este gran tiempo de conversión apunta hacia el futuro luminoso que solamente Dios Todopoderoso puede … Leer más

Éste es mi Hijo amado

 Marcos 9,2-10

 

La cabeza encenizada va dando lugar a la cabeza brillosa gracias al horizonte de la Luz Pascual. El tiempo de Cuaresma no es calle cerrada, sacrificio sin sentido, práctica ascética sin fin. Este gran tiempo de conversión apunta hacia el futuro luminoso que solamente Dios Todopoderoso puede dar, que ‘ni ojo vio, ni oído oyó’. El Tabor es una realidad

De pronto -más en la cultura de lo inmediato- sólo vemos las notas oscuras del momento presente y el miedo nos aprisiona. Las experiencias vividas ante la incertidumbre y sufrimientos provocados por la pandemia, su manejo y sus secuelas… nos preguntarnos por el futuro: ¿cuándo terminará? ¿será igual el después? ¿quién se hará cargo de los costos? Necesitamos momentos de respiro, aire fresco no contaminado por pesimismos; necesitamos momentos de esplendor. Nos resistimos a quedarnos en noticias que alimentan la desesperanza…   

Es cuando nos viene bien un momento de esplendor,  lleno del brillo que todo lo ilumina/enciende… Una palabra de ánimo después de algo que hicimos bien; un gesto de perdón después de haber metido la pata; una sonrisa después de una batalla estresante; un apretón de manos después de un desencuentro; la satisfacción de un pequeño triunfo en medio de la rutina gris… Entonces la vida recupera fuerzas y el horizonte se ensancha; vale la pena –decimos- no bajar la guardia, seguir escalando la montaña, “subiendo a Jerusalén”.  

La Palabra del domingo pasado está en esa tesitura. Jesús acaba de anunciar a los suyos la forma de muerte que le espera. La reacción de Pedro es comprensible: caminan hacia Jerusalén y  los acontecimientos pueden acabar con su esperanza ilusionada. Se pregunta si vale la pena seguir a alguien que tiene como futuro una pronta y violenta muerte. Pedro protesta y… recibe un mega regaño; no acaba de entender, mucho menos aceptar.

Es cuando Jesús invita a los más cercanos a subir al monte y se transfigura. Por un instante deja ver el misterio de luz que encierra su persona. Una voz que viene del cielo lo confirma: Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”. Todo transcurre en un abrir y cerrar de ojos. El momento es suficiente para recobrar la fe y reconstruir la esperanza. Lo van a seguir a donde sea, cuando sea…  incluyendo el sufrimiento y la muerte. Ya nada será igual.

Iniciamos la segunda semana de nuestro caminar cuaresmal. ¡Qué duro se hace seguir la marcha cuando perdemos el horizonte definitivo de la vida y la esperanza se extingue! Con frecuencia oímos historias de desesperanza de gente que ha perdido el sabor de la vida y las ganas de seguir luchando.  Desde la fe en el Señor Resucitado podemos afirmar que hay motivos para seguir en el camino.

La esperanza en Cristo no defrauda Solamente Él nos puede transfigurar. Con Él hay siempre una chispa que puede volver a encender esperanzas cansadas/apagadas/perdidas. El futuro que Dios nos promete y garantiza en Cristo es infinitamente más grande que nuestra corta mirada y los desconciertos de las ‘malas noticias’. Si lo “escuchamos” seguramente encontraremos un Tabor en el camino.

Con mi bendición cuaresmal.




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