Nueva inflación

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Cuando el INEGI anuncia que el índice de precios al consumidor ha subido casi un 9% entre agosto de 2021 y hoy, a un ritmo no visto desde 1985, debe entenderse que esa cifra es un promedio. Los expertos se apresuran a decir que los habitantes de las zonas rurales se enfrentan a un aumento … Leer más

Cuando el INEGI anuncia que el índice de precios al consumidor ha subido casi un 9% entre agosto de 2021 y hoy, a un ritmo no visto desde 1985, debe entenderse que esa cifra es un promedio. Los expertos se apresuran a decir que los habitantes de las zonas rurales se enfrentan a un aumento adicional de 1 punto porcentual y este costo adicional llega a 1.1 puntos para los agricultores y es de 0.4 para el 10% de la población con los ingresos más bajos, y considérese que los costos adicionales se suman. Por el contrario, los ejecutivos y quienes tienen educación superior tienen un índice de precios 0.4 puntos más bajo que el promedio y para los menores de 30 años, este termómetro muestra 0.9 puntos menos que el promedio. A cada uno su vara de medir.

 

Estas disparidades reflejan el peso muy variable de la energía y los alimentos en los presupuestos familiares. La inflación merece su reputación de atacar a los más frágiles por muchas razones. Los bienes con un bajo componente tecnológico -alimentos, vestido y transporte-, que están relativamente más presentes en el consumo de los hogares modestos, son también los que más aumentan con la inflación porque están menos sujetos a la competencia internacional. La inflación es un impuesto regresivo porque los hogares menos acomodados tienden a tener una mayor proporción de su riqueza en efectivo o depósitos. Realizan más transacciones en efectivo que los hogares más ricos, que tienen un acceso más fácil al crédito y poseen más activos reales (vivienda, tierra y negocios). Claramente, golpea a los débiles con fuerza y relativamente perdona a los fuertes. ¿No era para controlarla mejor y por el bien de todos que los europeos han creado el euro cuyo objetivo principal es la estabilidad monetaria entendida como un aumento de precios del 2% anual? Y, ¿no era por ello por lo que se incluyeron cláusulas con el mismo fin en el TLC de Norteamérica?

 

El problema es que con la estabilidad inflacionaria que se pensaba que se había cimentado para la eternidad -hasta el punto de que la OCDE seguía proyectando en diciembre de 2020 una tasa de inflación del 1% en 2021 y 2022 en la zona euro, por ejemplo- ha ido acompañado de un espectacular aumento de la desigualdad en el mundo entre 1980 y 2020. Los bancos centrales están abiertamente preocupados por esto. Desde la década de 1980, la desigualdad de ingresos y riqueza ha aumentado dramáticamente en muchas economías especialmente en los países emergentes, como México. Según la World Inequality Database, la proporción del ingreso antes de impuestos en México es de más del 63% de los ingresos antes de impuestos en beneficio del 10% más rico frente al 55% en 2003. El 50% de la gente más pobre en el país apenas junta el 8.4% desde la misma fecha, y esa cifra no ha cambiado una décima de punto porcentual en los últimos 4 años.

 

El mecanismo en el origen de la relación baja inflación y desigualdad está bien establecido: cuanto más se puede pedir prestado a tasas bajas, más suben los precios de los activos, en el mercado de valores y en el mercado inmobiliario. Pero este juego no está al alcance de todos, hay un adagio – “los bancos solo prestan a los ricos”- que lo explica muy bien. En otras palabras, la “desinflación” de los últimos cuarenta años ha resultado en una caída de los tipos de interés que ha provocado un aumento en los precios de los activos financieros e inmobiliarios, contribuyendo a ampliar las desigualdades a expensas de los asalariados y de las generaciones más jóvenes en particular

 

Esperar una ley para contrarrestar los efectos casi oceánicos de los cambios en la oferta monetaria global es como construir una presa contra el Pacífico. Una ley puede contener durante algún tiempo los efectos violentos de las brutales distorsiones de precios, mediante pretender controlar los precios o mediante la distribución generosa pero puntual de cheques, para mantener a flote el presupuesto de la población en dificultades. Pero no puede romper la espiral de empobrecimiento, que ya no concierne solamente a las personas más modestas, sino a grandes segmentos de la sociedad mexicana.

 

Esta nueva inflación amenaza la sobrevivencia misma de la población incapaz de negociar sus ingresos. Y esta nueva inflación, que vivimos con fuerza en Zacatecas junto con otros elementos de la realidad económica local, basada en dinero en efectivo procedente de las remesas y su destino, es la que debe ponernos en alerta y visualizarla como la señal más dura de que, seguramente, nos esperan tiempos muy difíciles.




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