Niños intrépidos

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Recordando una ida al circo, los muchachos colocaron un columpio en una rama de pirul, a manera de trapecio, para columpiarse de las manos dando un salto para alcanzarlo. Luego pusieron una carretilla invertida, para colocarse encima de las patas y tomar mayor altura. Más emocionante fue cuando utilizaron una carreta abandonada para treparse ahí … Leer más

Recordando una ida al circo, los muchachos colocaron un columpio en una rama de pirul, a manera de trapecio, para columpiarse de las manos dando un salto para alcanzarlo. Luego pusieron una carretilla invertida, para colocarse encima de las patas y tomar mayor altura.

Más emocionante fue cuando utilizaron una carreta abandonada para treparse ahí y lanzarse al aire en posición de superhéroe, brazos arriba para alcanzar el trapecio. No todos los niños partícipes tenían la talla o habilidad para alcanzar la barra y caían en la tierra echando maromas cubriéndose de polvo, ganando una reprimenda fuerte de su madre al llegar a casa con raspones y nuevos “sietes” en la ropa.

Las caídas fueron más numerosas cuando se colocaron un pedazo de sábana a manera de capa, la cual se les enredaba en manos o piernas por la acción del viento, trabando su movimiento y frustrando el alcance del trapecio.

Tal vez era insuficiente la generación de adrenalina, porque no faltó quién cambió de juego. Uno de los niños llegó empujando una llanta de camión, a la cancha de vólibol donde todas las tardes se reunían muchachos y señores del rancho a jugar y hacer apuestas. Esa acción fue como un imán para otros niños ahí presentes. Apelando a su amistad jugaron por turnos con aquel objeto. ¿Qué magia había en correr detrás de la rueda levantando polvo?

Conforme pasaron los días fue creciendo el número de llantas en diversos tamaños. Se organizaban carreras y aumentó el circuito de los recorridos. A toda hora del día se veían infantes corriendo por patios, callejones, caminos y senderos.

No se recuerda de quién fue la idea de meterse en posición fetal en el hueco de un neumático grande, de tractor, pero arrancó ruidosas carcajadas de todos, al ver cómo rodaba y la cara de emoción, susto o mareo cuando bajaban, al detener entre varios el movimiento en ascenso.

Entre niños o competidores, siempre hay quiénes desean superar las marcas, así que ahora el reto era ver cuál aguantaba más distancia y velocidad en esa posición, aprovechando diversas pendientes del terreno.

Por fortuna se terminaron las vacaciones de verano, porque quizá hubiera habido un desenlace lamentable en aquel juego que fue aumentando de peligro, pues la actividad llegó a hacerse aventándose desde la parte alta del bordo del estanque y nadie podía alcanzar la velocidad para ir junto al compañero, así que el resto de “la tropa cómplice”, se colocaba en la parte baja, a unos 50 metros del punto de partida, donde construían una trinchera de llantas y niños “soldados rasos”, prestos a detener rueda y pasajero, que de no pararlo podía seguir cuesta abajo hasta quizá detenerse en el lecho de un arroyo, cientos de metros abajo.

Es muy lejana la comparación de aquellos juegos plenos de actividad física, con los pasatiempos de la actualidad infantil saturada de entretenimiento electrónico.




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