El hallazgo del panteón de Bracho

Manuel González Ramírez.
Manuel González Ramírez.

Esta vez queremos compartir con nuestros lectores la crónica del hallazgo de un panteón olvidado que está localizado a espaldas del emblemático cerro de La Bufa que señorea el paisaje zacatecano. Todo comenzó a las 10:00 horas del 12 de marzo de 2005, cuando un grupo de investigadores nos reunimos en la explanada de la … Leer más

Esta vez queremos compartir con nuestros lectores la crónica del hallazgo de un panteón olvidado que está localizado a espaldas del emblemático cerro de La Bufa que señorea el paisaje zacatecano.

Todo comenzó a las 10:00 horas del 12 de marzo de 2005, cuando un grupo de investigadores nos reunimos en la explanada de la Plaza de la Revolución Mexicana, ubicada al poniente del crestón principal del cerro de La Bufa. Este encuentro obedecía a nuestro interés por intercambiar conocimientos y experiencias en materia de cartografía histórica. Para tal efecto, ascendimos a la parte más alta del crestón principal y desde ahí realizamos observaciones, mediciones, localizaciones de diversos puntos. Una hora después descendimos y cada uno de nosotros abordamos abordó su respectivo vehículo para continuar con esta dinámica en Vetagrande.

El que suscribe esta crónica fue el primero en partir de la explanada del cerro y, por tanto, el primero en llegar a Vetagrande. Pasaron los minutos y nadie llegó. Opté por regresar a Zacatecas. Lamenté la situación pero, al mismo tiempo, experimentaba una emoción porque la segunda parte de estas prácticas sería por mi cuenta. Nunca me imaginé que ese día iba a localizar un antiguo panteón, del que casi nadie sabía de su existencia.

Desde hace algunos meses, llegaron a mis manos las fotocopias de dos planos de la ciudad de Zacatecas. Los originales datan de la primera mitad del siglo XIX. En ellos, podemos observar algunos detalles y construcciones que han desaparecido con el tiempo. Por ejemplo, me llamó poderosamente la atención que en uno de los planos nos indica que había una plaza de toros en el extremo oriente de la alameda.

También pude observar en los planos topográficos que ambos manifestaban la existencia de un panteón ubicado al norte del cerro de La Bufa. Este dato había captado mi interés ya que hace poco tiempo inicié una investigación sobre los panteones de la ciudad de Zacatecas. Por esta razón, un día antes de este viaje de prácticas había conseguido una fotocopia de los dos planos con la intención de localizar el sitio exacto donde estuvo ese cementerio.

Al regresar de Vetagrande tomé el anillo periférico de la ciudad de Zacatecas y estacioné mi automóvil muy cerca del cerro de La Bufa. Eran las 13: horas. Bajé del vehículo con las copias de los viejos mapas de la ciudad. Di unos pasos hacia el sur y llegué hasta la parte superior de una loma. Ahí me detuve a contemplar el paisaje. Desde ese lugar pude observar: al norte, las lomas de Bracho; al sur, los límites de la mancha urbana; al poniente, estaba un montículo natural con una cruz de madera en su cima. En el oriente no percibí algo significativo, sólo unas lomas despobladas.

No había duda que estaba caminando por esa pequeña elevación donde alguna vez hubo un cementerio. Pero ¿dónde estaba? Cotejé una carta topográfica de la ciudad de Zacatecas con las copias de los dos planos referidos y, estos a su vez, con el paraje. Durante una hora recorrí el terreno con la esperanza de encontrar vestigios del panteón. Pero no localicé evidencia alguna. Con cierta desilusión emprendí mis pasos hacia el automóvil.

Al cruzar la cumbre de la loma, encontré unas piedras dispuestas en línea recta. Detuve mi marcha y me dediqué a observar con detenimiento. Seguí con la mirada una recta que apenas se dibujaba con piedras que pudieron formar parte de una construcción. Al aproximarme, localicé el ángulo de los cimientos de una edificación. Caminé por esa línea, en ocasiones trazada con piedras y otras de las veces con montículos de tierra. A final de cuentas, comprobé que se trataba efectivamente de un muro perimetral que existió en ese lugar, cuyas dimensiones eran de 40 metros de largo por 30 de ancho, aproximadamente. La emoción me invadió y fue mi recompensa en ese instante.

Recorrí varias veces el perímetro trazado por los cimientos. No había dudas. En ese lugar estuvo un muro de adobe con cimientos de piedra. Sólo quedan unos cinco metros lineales por 30 centímetros de alto de la pared de adobe que algún día hubo. Todavía pueden verse dibujados los trazos de los adobes que guardan en su estructura trozos pequeños de minerales y de cerámica.

Al interior de ese terreno demarcado no existen vestigios de muros o de algún otro tipo de construcción. Es un sitio relativamente aplanado. Tampoco hay evidencias visibles de criptas, salvo dos hundimientos en forma de rectángulos. Este lugar bien merece una profunda investigación. A partir de ese día, este espacio abre sus puertas para que fragmentos inéditos de la historia de Zacatecas puedan ser conocidos.

Por el momento, asociamos la apertura de este panteón con el arribo a Zacatecas del cólera morbus que en 1833 provocó la muerte de 12 mil zacatecanos. Ese año fatídico, los cementerios resultaron insuficientes para recibir los cadáveres de tantas víctimas, a tal grado que el gobernador Francisco García Salinas determinó que se construyeran otros, entre ellos, el panteón del Refugio, al sur de la ciudad, y posiblemente, el que acaba de localizarse (al lado norte). Ambos panteones estaban situados a extramuros de la ciudad, lejos del núcleo urbano. Esta medida fue tomada para evitar el contagio.

*Cronista de Zacatecas.

 




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