Laetare Alégrense

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

El tiempo litúrgico de Adviento-Navidad nos ofrece pistas y gracias para encontrar la alegría y la felicidad que anhelamos.

¿Estar alegres a estas alturas del año? ¿A quién se le ocurre? ¿No será más lógico estar preocupados? Vivimos tiempos complejos y demandantes a un poco más del año después de la pandemia. Volver a tomar el ritmo de la vida diaria, ya sin tantos protocolos, ha costado tiempo, esfuerzos, incertidumbres.

Quizás también haya nuevas preocupaciones ante la necesidad de levantarse y seguir adelante en un mundo más competido y con nuevas necesidades creadas.

Al vivir las últimas semanas de diciembre 2023, nos sentimos distintos en muchos aspectos. Mucho hemos aprendido de la pandemia y de la postpandemia.

Hemos recuperado el valor de la vida, la necesidad de ser cobijados por la solidaridad, la razón de ser de los sistemas de seguridad, salud, educación… Nos hemos dado cuenta de lo valioso de la familia, la convivencia, la amistad, la salud, la fe… y la expresión de nuestros sentimientos. ¿Estar alegres? ¿De qué alegría se trata?

El tiempo litúrgico de Adviento-Navidad nos ofrece pistas y gracias para encontrar la alegría y la felicidad que anhelamos. Más allá de lo pasajero, nos abre al horizonte de la alegría plena. Además, nos indica, anuncia y presenta quién es la fuente de la alegría. Al mismo tiempo nos dice que necesitamos de una fe humilde, abierta al misterio, generosa, como la de María que canta “mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador” a pesar de las tormentas que tuvo que sortear.

Me impresiona la actitud confiada de Juan el Bautista ante las inevitables dificultades para cumplir su misión. No reniega de su condición de mensajero, ni de la situación desfavorable. Se ubica, acepta su identidad, cumple cabalmente la encomienda. “En medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen”, señala con alegría. Anuncia que si nos dejamos conducir por la fe –como los pastores y los magos- vamos a encontrar la alegría, la felicidad, la paz. Es la gran noticia de Navidad a la que nos prepara el Adviento.

El camino de la alegría se presenta aparentemente fácil. De ordinario empleamos la palabra felicidad y no los sustantivos alegría, gozo, júbilo, bienaventuranza. Quizás porque nuestra búsqueda se queda en deseos inmediatos y placenteros; quizás porque pensamos y buscamos solamente un consumo personal. Los próximos días se multiplicarán los deseos de felicidad por medios antiguos y nuevos. ¿Qué felicidad vamos a desear? ¿Se trata de la alegría por el nacimiento del Salvador?

El ambiente de estas semanas nos ofrece los productos del vasto mercado de la felicidad. No siempre irá la alegría de Navidad en el paquete. Tenemos que buscarla desde una vivencia serena de nuestra fe. Si ésta nos mueve abriremos los brazos al hermano necesitado. Entonces experimentaremos algo más que una felicidad efímera: un gozo profundo que nos llena de paz, confianza, esperanza.

Al encender la tercera vela (rosa) de la corona de Adviento, activemos la alegría. Si la dejamos habitar en nuestra casa y aceptamos sentarnos con el prójimo en el banquete de la vida, la felicidad está garantizada.

Con jubilosa bendición.




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