Hasta que lo ve perdido

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Seguramente le ha pasado a usted que todos los días se topa en su buró, su escritorio o la mesa de entrada de su casa con un objeto que está fuera de lugar ahí y es eso lo único que llama su atención pero nadie -ni usted- hace nada por ponerlo en su sitio y … Leer más

Seguramente le ha pasado a usted que todos los días se topa en su buró, su escritorio o la mesa de entrada de su casa con un objeto que está fuera de lugar ahí y es eso lo único que llama su atención pero nadie -ni usted- hace nada por ponerlo en su sitio y ahí sigue, a veces estorbando, a veces sólo convirtiéndose en parte de la decoración como algo inútil, pero, precisamente ese día en que por cualquier razón lo necesita con urgencia para algo, se vuelve imposible encontrarlo. Dicen por ahí que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”.

 

Pasa igual con las personas que amamos. O las que deberíamos de amar, más bien. Ahí están a diario, a veces nos estorban, a veces hasta les damos la vuelta cual si de una glorieta se tratasen, ignorándolos a propósito o por simple distracción, pero ahí están. Y no las necesitamos (o eso creemos) hasta que se van, movidas por el desdén o arrastradas por la muerte, y ya entonces ni el más agudo de nuestros lamentos les hará volver.

 

Reflexionar en esto me ha hecho decir a mis seres queridos cuánto los amo de forma tan constante que a veces hasta me sacan la vuelta por empalagoso. También me ha hecho sentir un profundo pesar por los minutos en los que he preferido ser yo quien les saque la vuelta a ellos toda vez que han demandado mi presencia para cualquier cosa, importante o superficial, al caer en la cuenta de que he cambiado lo más por lo menos. También me ha hecho enviar un mensaje a alguien quien en algún momento fue parte importante en mi vida y que por una u otra cosa nos fuimos distanciando a pesar, a veces, de vivir a unos cuantos metros uno del otro.

 

Y es que los seres humanos somos ingratos. Parece que nos gusta el mal trato y preferimos a veces andar mendigando el cariño de quien no se lo merece despreciando al mismo tiempo el que nos dispensan aquellos quienes son a los que vale verdaderamente la pena corresponder.

 

Aprecie a los que aún están con usted mientras pueda, regáleles un poco de su tiempo y disfrute de su compañía. La necedad de decir “ahora no” puede costarle muy caro cuando se hayan ido o cuando, como los hijos, ya no le sigan porque sorprendentemente frente a nuestros ojos han creado sus propias realidades de las que, eventualmente no formamos parte y si lo hacemos quizás no nos encontremos entre los lugares de honor. Haga que su vacío se note cuando ya no esté porque nunca fue usted ese objeto que siempre estuvo ahí pero de forma inútil, sino que fue usted siempre el objeto buscado para resolver tal o cual cosa de quien siempre supo apreciar y valorar su existencia y compañía.

 

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