Esperanza

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Muchas personas -quizás nos sorprendería saber cuántas- viven al día y para el día, nada más.

Se dice comúnmente que “la esperanza es lo último que se pierde”. Pero a veces pareciera que hay muchos que fue lo primero que perdieron o viven como si para ellos ésta nunca hubiese existido. Lo puedo percibir al observar el rostro de una mujer -sumida en sus pensamientos- que viaja en transporte público rumbo a su casa, después de salir del trabajo, quien repite esa rutina desde hace quién sabe cuántos años y quién sabe también por durante cuántos más; también lo percibo al observar a un grupo de jóvenes que ríen mientras se embriagan recargados en un auto afuera de un expendio de cerveza, un día de quincena por la noche.

No juzgo ni a una ni a los otros, aclaro. Sólo los tomo como fuente de inspiración para hacerme esta pregunta: ¿conocerán lo que es la esperanza?  Probablemente la respuesta sea sí, no lo niego. Pero tal vez lo más probable es que sea no. Y es que, ¿sabe usted qué? Muchas personas -quizás nos sorprendería saber cuántas- viven al día y para el día, nada más. Quizás ya se les olvidó de dónde vienen, no lo sé, pero lo más seguro es que no saben a dónde van. No tener presente su origen hace que, por supuesto, menos idea tengan de su destino. Y esto es algo que, tengo que confesarle, no deja de dolerme un tanto. Me siento como un poco responsable, ¿sabe? Porque me encantaría poder cruzar con ellos algunas palabras para tratar de transmitirles en qué se basa la esperanza con que yo me mantengo vivo.

Sin embargo nunca antes como ahora, quizás, había resultado tan difícil hablar de temas de profundidad con las personas, especialmente con desconocidos. Se trata, primero, de la confianza. Hay forma de ganarla, ciertamente, pero se empieza con gran resistencia y se requiere de paciencia y constancia. Lo más complicado quizás sea la cerrazón que existe a abordar temas de moral y espiritualidad. La gente ha perdido la fe, y lo que sigue es la esperanza. De no creer en nada se pasa necesariamente a no esperar nada y navegar sin rumbo, completamente a la deriva, a merced de corrientes y tempestades.

Todos estamos más preocupados por las cosas materiales: los más pobres por necesidades básicas y los no tan pobres por vivir un poco – o un mucho- mejor. También estamos preocupados por el medio ambiente, por la tensión internacional por conflictos bélicos latentes o en curso, por cuestiones políticas -nacionales o regionales-, por cambios súbitos de los entornos económicos, científicos y tecnológicos y, con justa razón, pero nadie se echa un rato a pensar en el rumbo que le está dando a su propia vida, convirtiéndose así en un engrane más de una maquinaria que funciona quién sabe por qué y para qué.

Oiga, y a todo esto, usted ¿qué espera?

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