Diez cosas 6

La única constante es el cambio, pero habemos muchos a los que nos aterra tan solo el pensar en abandonar nuestra zona de confort.
“Algunas veces a lo que te aferras es exactamente lo que debes de dejar ir”.
Hay muchas personas que viven ancladas al pasado, a tiempos de gloria que por ningún motivo se encuentran dispuestas a dejar ir; o que, peor aún, continúan aferradas a algo que nunca pudo ser. Y ahí se quedan “durmiendo el sueño de los justos”.
Es más, hay quienes estuvieron vinculadas sentimentalmente a personas extraordinarias que, por una u otra razón, tuvieron que irse y no están más y que, debido a la fuerza de ese vínculo, les ha resultado imposible respirar sin su presencia. Ya no es que no se quiera, es que se volvió imposible desapegarse.
La única constante es el cambio, pero habemos muchos a los que nos aterra tan solo el pensar en abandonar nuestra zona de confort. Todas aquellas “seguridades” que encierran nuestra existencia en “jaulas de oro” en las que parece que todo va bien, que no hace falta nada más y que son, precisamente las que debemos de dejar ir pues en realidad son el lastre que nos impide levantar el vuelo hacia mejores cielos.
Cuántas veces hemos escuchado a alguien decir “es que si yo hubiera…” Y no pasan más allá de aquel lamento. Por otro lado existen tantos testimonios de quienes aseguran que gracias a haberlo perdido todo lograron encontrarse ante un mundo de magia que se abrió justo frente a ellos, permitiéndoles encontrar el éxito, la prosperidad y la felicidad que todos anhelamos.
Algunas veces son aquellas cosas a las que nos aferramos las que debemos de dejar ir: Personas, ciudades, trabajos… Y no necesariamente alguna de ellas mala; de hecho, casi siempre todas buenas. Cosas buenas que nos impiden alcanzar otras mejores. Y la principal señal de que es necesario y conveniente dejarlas atrás es que nos han dado ya ciertos períodos de un aceptable confort en el que a veces llegamos a plantearnos las preguntas: ¿de verdad estoy a gusto? ¿Con esto tengo? ¿Seguro de que no necesito nada más?
Seres queridos que ya no están. Que ya se encuentran en un plano de existencia superior, sin dolor, sin un sentido del tiempo y del espacio como lo concebimos nosotros y al que a veces nos aferramos con uñas y dientes, con todas nuestras fuerzas, como queriendo encontrarlos de repente en alguno de sus rincones pero, ¡claro! Sucede porque no los buscamos en realidad a ellos, sino a aquellos quienes éramos cuando estábamos con ellos. “Dejar ir” a esos seres queridos que ya no están es, en realidad, salir de una celda de la que sólo nosotros tenemos la llave y terminar con una condena impuesta por nadie más que por nosotros mismos.
Se necesita valor. Coraje. Y un plan, claro. Pero hay quienes ya dieron ese paso y con su testimonio nos confirman que el éxito está justo ahí, despuesito del miedo.