Seguimos con lastres

Estamos en un nuevo año y en el fin de la segunda década. Vamos arrastrando cuestionamientos, dudas incertidumbres y desafíos heredados en estos lapsos; va desde materia democrática, gubernamental, política y social. En ellos va la eficacia gubernamental, debilidad de las oposiciones y sus partidos políticos, centralismo gubernamental, colonización de la política de los espacios … Leer más

Estamos en un nuevo año y en el fin de la segunda década. Vamos arrastrando cuestionamientos, dudas incertidumbres y desafíos heredados en estos lapsos; va desde materia democrática, gubernamental, política y social. En ellos va la eficacia gubernamental, debilidad de las oposiciones y sus partidos políticos, centralismo gubernamental, colonización de la política de los espacios públicos, inestabilidad económica, entre otros.

La década sigue con temas eminentemente políticos y de gestión gubernamental en materia de manejo de crisis. El año dos mil veinte está marcado por las tensiones políticas de un estilo de gobierno que no acaba de asentarse y consolidar (realidad y discurso) las líneas generales de su proyecto político.

Este contexto está dentro de la inercia política de los nuevos gobiernos, es casi sintomático y muy lento acoplar las promesas de campaña, las ideas de gobierno, a la eficacia y eficiencia gubernamental. En ese lapso se cruzan los procesos electorales, el imprescindible mecanismo político de renovación y exclusión de la clase política que tiende a maximizar su importancia por encima de otros factores. En los procesos electorales se juega no solo la representación o el acceso al poder (niveles de gobierno), sino también las mayorías parlamentarias que permiten la viabilidad, consolidación, o bien, sostenimiento de una facción, alianza, o grupo político en el poder. En la tradición política mexicana esa suele ser la prioridad.

En ese sentido, se opta por lo mediático y lo espectacular, aunque no sea novedoso. Es ahí donde se crean los vacíos, omisiones o ausencias en la construcción discursiva de la modernidad, de la sociedad, del estado y del gobierno que, en este punto, si no se adecua, el discurso político denota cansancio, vacío y agotamiento, lo que provoca desaliento, desesperanza, desencanto e ira.

En la segunda década del siglo XXI, es impensable que el discurso y agenda política no aborde temas como el cambio climático, la inteligencia artificial y su impacto en todos los rubros sociales, las nuevas formas de economía y los nuevos productos financieros. Sin estos conceptos y temas en la agenda pública, se crea un vacío de preguntas y respuestas sobre cómo; si existe, está integrado nuestro país y sus entidades federativas a los caminos del progreso y cambio de los paradigmas (economía y política) sobre la modernidad del siglo XXI.




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