Una intrépida aventura

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

  Dedicado a Nico, Pedro, Andrés, Adolfo, Julio, Pepe, Francisco, amigos de la infancia   La estrategia fue expuesta por los muchachos más experimentados en esas lides, así que los dos nuevos integrantes del grupo, sólo siguieron las instrucciones “al pie de la letra”. Primero irían al barranco de enfrente, para aprovisionarse de guaco (Mikania … Leer más

 

Dedicado a Nico, Pedro, Andrés, Adolfo,

Julio, Pepe, Francisco, amigos de la infancia

 

La estrategia fue expuesta por los muchachos más experimentados en esas lides, así que los dos nuevos integrantes del grupo, sólo siguieron las instrucciones “al pie de la letra”.

Primero irían al barranco de enfrente, para aprovisionarse de guaco (Mikania glomerata) suficiente. Era el arma indispensable y medida preventiva en caso de reacción defensiva. El abastecimiento de esta planta enredadera fue el primer desafío, pues en la barda del cercado de Don Zacarías y Chameno, crecía prolíficamente. El mejor momento de cortarla era a media mañana; calculando que, ambos hubieran salido a pastorear sus cabras y sólo tuvieran que sortear la bravura de los somnolientos guardianes caninos.

La segunda acción, fue cortar ramas de gobernadora en cantidad adecuada, con el número de tallos manejables con ambas manos. Practicaron haciendo fintas, la rapidez era garantía de éxito.

La tercera previsión, era permanecer escondidos entre los matorrales, separados por parejas; esa ocasión aceptaron conformar dos ternas, pues los novatos debían recibir apoyo.

La cuarta quedó definida, relativa al turno de intervención.

La ofensiva quedó a cargo de Andrés y Pepe, luego Nico, Adolfo y Pancho; cerrarían la avanzada Pedro, Beto y Julio.

Una condición que ofrecía buenas probabilidades era realizar la delantera al mediodía, cuando la mayor parte de los contrincantes esta fuera en labores de exploración o equipamiento.

La relación entre los atacantes fue tornándose tenso y la adrenalina subía de nivel conforme se acercaba el grito, en señal de inicio de la batalla.

Con las bolsas de los pantalones repletos de guaco y un ramo de gobernadora en cada mano salieron de su escondrijo los primeros dos muchachos. En cuanto llegaron al enjambre de jicotes, con la rapidez que cada uno pudo lograr, agitaron las ramas para eliminar a los abejorros centinelas del panal. Su habilidad de experimentados quedó en evidencia cuando a los pocos segundos, echando volteretas en el suelo, generando una nube de polvo para disminuir la agresividad de los insectos, sintiéndose rebasados y gritando desaforadamente pidieron refuerzos de una terna, los cuales sin el menor titubeo saltaron a prestar ayuda, sin buenos resultados, pues en un alarido estentóreo, el Güero corrió sin rumbo restregándose desesperado la cara con aquella hierba verde, mientras con la otra se daba ramazos en el cuerpo.

Aquellas agresivas avispas color negro con abdomen amarillo parecieron proliferar como si fueran cientos, ahuyentando a los intrépidos invasores, los cuales llegaron a la orilla del arroyo, asustados, agitados, empolvados con surcos achocolatados en la frente, el llanto del picoteado, mostrando el lado derecho de su cara, con una plasta verde al frotar la hierba intentando disminuir el intenso dolor, motivó sendas carcajadas en el grupo.

La mayoría quedaron ganosos de conocer los guijarros rellenos de la mítica y suculenta miel.

Aprender de la experiencia tiene un costo a veces alto, eventualmente permiten también la formación del carácter, la valoración de riesgos, la subsistencia social.

 




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