Un temor crucial

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado con cariño a mis hermanas y hermanos. Aquella vez los padres, después de dar de cenar a sus vástagos, salieron a atender un asunto religioso en la parroquia del pueblo. La hija mayor que apenas rebasaba los 12 años de edad, quedó a cargo de sus cinco hermanos, los cuales, al prepararse para ir … Leer más

Dedicado con cariño a mis hermanas y hermanos.

Aquella vez los padres, después de dar de cenar a sus vástagos, salieron a atender un asunto religioso en la parroquia del pueblo. La hija mayor que apenas rebasaba los 12 años de edad, quedó a cargo de sus cinco hermanos, los cuales, al prepararse para ir a dormir, detuvieron las actividades al escuchar fuertes golpes en la puerta de la calle.

La más pequeña, suponiendo que los papás habían regresado (lo cual era poco probable, pues apenas había pasado media hora de su salida) que, por su corta edad, todavía confundía la noción del tiempo, corrió a abrir atravesando el patio de la casa, ganando la carrera a otros que se dirigían a hacer lo mismo, quienes en el tropel sonaban sus talones descalzos por entre las habitaciones.

Alzándose de puntas sobre los pies, la niña consiguió correr el pasador y un bulto humano aventó la puerta con fuerza motivando un grito de susto. Volvió con mayor velocidad azotando tras ella la pesada puerta del fondo, pálida y agitada se recargo por dentro.

“¿Qué tienes?”, inquirió la hermana.

“Un viejo, se metió un viejo”, fue la respuesta, con el pánico reflejado en la cara.

Con la rapidez que pudo cerró las demás puertas y ventanas, apagando la luz interior y dejando en penumbra el patio. El laurel que estaba al centro del patio magnificaba la silueta de una persona que se mecía como las ramas del árbol.

Todos se amontonaban en la ventana más próxima para dilucidar quién era.

Una voz gutural y pastosa preguntaba algo inaudible.

“¿Qué quiere? ¡Váyase!, ¡Salga!” Exclamó con valentía, quitando de la mirilla a los más audaces que se asomaban por ahí, curioseando en la oscuridad.

La voz repitió el mensaje y dando con el codo en la costilla de uno de ellos… “te busca a ti, es tu padrino. Ve y salúdale, para que se vaya”

Con las piernas temblando, la respiración agitada no acató a desobedecer. Al abrir una hoja otro empujó y en tres zancadas sintió tener enfrente a una persona grande… el tufo de alcohol y sudor aumentó el miedo, multiplicándose al percibir el intento de abrazarlo. Dobló las rodillas para escurrirse y volvió corriendo, sudoroso y libre.

“Ya no voy… es un borracho”, expuso con determinación.

Pasó un rato en el cual se hizo un gran silencio, todo a oscuras cuando la luz de un vehículo que pasaba filtró un haz y el personaje aquel localizó la salida.

Años después, las conversaciones familiares aclararon que, en efecto su padrino tenía problemas con el alcohol.

El entorno social en su infancia, donde la minería era la primordial y generalizada ocupación laboral, mostraba particularmente, en los días de raya cómo proliferaban individuos dormidos y ebrios, tirados sobre las banquetas, generando más pobreza.

Quizá esa experiencia de miedo, ayudó al niño a decidir poner distancia de por medio con ese perturbador vicio.

Director de Educación Básica Federalizada




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