Un plan de vida

Terminados los estudios de secundaria el futuro tenía tintes de incertidumbre por la falta de recursos económicos.
Dedicado a Pablo González (+), por su transparente amistad.
El golpeteo de las gotas de lluvia en momentos arreciaba sobre la lona que puso encima de una armazón hecha con quiotes secos y unas cuantas cañas de rastrojo, atadas con un mecate. Era demasiado pequeño el refugio, pero fue lo que pudo hacer con rapidez para evitar mojarse. Apenas cabía adentro, sentado en un trozo de palma samandoca. Era de noche, hacía frío y a falta de cobija, se cubrió con otro trozo de lona. Escuchaba el monótono rumbar del tractor que araba la tierra y notaba los acelerones cuando daba vuelta en la orilla de la besana.
Creyó necesario pasar ahí la noche para hacer compañía solidaria al tractorista y el ayudante, pues estarían labrando la tierra de su papá, en convenio con el padre de ellos.
Tuvo mucho tiempo para meditar sobre los últimos sucesos de su existencia…
Terminados los estudios de secundaria el futuro tenía tintes de incertidumbre por la falta de recursos económicos. Sus aspiraciones de cursar una carrera universitaria se veían demasiado lejanas, pues se necesitaba primero estudiar en la Preparatoria.
Ello implicaba ir a vivir a la ciudad, pero ahí estaba el problema. Dos o tres años eran demasiados sin ingreso que permitiera cristalizar sus sueños.
Se enteró de que habría reapertura de una Academia Comercial en donde hizo la Secundaria y de inmediato pensó inscribirse. Esa posibilidad brilló como una luz de esperanza al fondo de ese tétrico panorama.
“¿Qué planes tienes?” preguntó su amigo Pablo aquella tarde de verano, en una conversación que tenían, parados en lo alto del bordo del estanque del rancho y bajo la protección de un gran árbol de álamo, pues empezaba a lloviznar. Sus ojos miraban hacia el camino que venía del Este, al igual que las nubes que iba acercando el viento. Vigilaban esperando ver el tractor que manejaba Juan, su hermano mayor, pues irían a sembrar la tierra que sus padres habían convenido. Uno prestaría la parcela, otro pondría trabajo y semilla. De haber cosecha, harían reparto.
Empezaba a arreciar la lluvia y el tractor no se veía venir entre el lomerío.
“Mejor vámonos a la casa para no mojarnos, tiene que pasar por ahí cuando llegue. Allá seguimos platicando”.
“Me gustan tus planes. Uno debe hacer lo que la vida le permita. También me encantaría tener una profesión, pero no hay forma de hacerlo. Voy a seguir detrás del tractor, a ver si luego cambia la situación”, dijo con resignación Pablito.
“¿Cómo crees poder sostenerte tres años en la Academia Comercial?”
-“Estudiar en un pueblo es menos costoso que en una ciudad, además creo poder trabajar en algo por las mañanas, pues las clases serán por la tarde y noche. Así lo hacen ya mis amigos José Luz y José Juan. Y los fines de semana me vengo al rancho con mi primo Pascual a hacer leña, tallar lechuguilla o cuidar cabras”. Concluyó.