Premonición adolescente

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Las situaciones adversas marcan la vida, pero depende de cada persona superarlas y evolucionar en su desarrollo.

Con aprecio al amigo Ismael Fragoso Rico y Doña Santos, su mamá.

Qué sensación tan extraña estaba experimentando aquella noche en que viajaba de Saltillo a casa. Cierta inquietud en su pecho le generaba incomodidad y se cambió de lugar 2, 3, 4 veces o más, aprovechando que el autobús llevaba muy pocos pasajeros y había lugares disponibles. ¿Sería lo que los adultos comentaban sobre los presentimientos?

Casi todo el día había andado entusiasmado porque su tío Mario Fragoso le había invitado a viajar a esa ciudad con el fin de comprar un traje de gala, porque había sido designado como chambelán de la Reina del estudiante en los festejos conmemorativos a la fecha.

El sentimiento de gratitud hacia su tío le había generado un grato entusiasmo en su corazón y habían andado contentos por el centro de la ciudad visitando tiendas y disfrutando aquel dinámico ambiente citadino. Como no pudo acompañarlo en el regreso, por cosas del trabajo. Le había comprado el boleto de retorno y lo puso en el autobús.

Al fin llegó a casa, para encontrarse un cuadro dramático. Su padre, enfermo emitía bocanadas de líquido sanguinolento. Recuerda que aquella zozobra en el camión era un presentimiento. Pronto lo trasladaron a la modesta clínica de los mineros de la compañía en que era obrero para proporcionarle la atención médica requerida.

El médico preguntó si tendrían hielo en la casa, para utilizarlo con el paciente. Salió corriendo a la velocidad que tiene un muchacho de catorce años y cuánto venía de regreso, cumpliendo el cometido, encontró un familiar que, en actitud indolente, quizá imprudente le dijo: “no corras, ya se murió”. Entro en shock, sin saber qué hacer.

Como en penumbra recuerda que a media mañana recibió la visita y el pésame de sus condiscípulos, acompañados con la asesora del grupo, la Mtra. Carmen Orozco. No quería comer y la mentora, junto a él, insistió en que consumiera un poco de sopa.

Hasta semanas después se enteró de los detalles del festejo estudiantil y la Coronación de la reina.

¿Cuántas horas eternas de dolor antes y después del sepelio? Ni siquiera recordó esos claroscuros que la vida le presentó a tan temprana edad: él, velando el cuerpo de su padre y sus compañeros en la euforia de abordar transporte para visitar el lejano y desconocido Lago de Chapala, como parte del programa de las fiestas de ese año.

La semana pasada se avivó el recuerdo por cumplirse 50 años de aquel fatídico 21 de mayo. Hoy considera sanada la herida, sin que implique olvido del ser amado. Su mejor homenaje: vencer las vicisitudes y conseguir ser un profesionista consolidado con el apoyo permanente de su noble madre Doña Santitos Rico.

Qué afortunada la existencia para las personas que en su vida cuentan con la presencia y cuidado de madre y padre. Cuánto mérito las que consiguen el éxito a pesar de adversidades como la que se expone en párrafos anteriores.

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