Motivación significativa

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

  Dedicado a Ismael Mtz. Barrientos y Gerardo Mtz. Fong, por su apoyo y adhesión   La expresión de apenas tres palabras, sobresalió de entre el coro del público, quien solamente había acatado a emitir un ¡ah!, prolongado, al unísono, involuntario y espontáneo. Serían aproximadamente cincuenta personas las que ocupaban el perímetro de una fosa … Leer más

 

Dedicado a Ismael Mtz. Barrientos y

Gerardo Mtz. Fong, por su apoyo y adhesión

 

La expresión de apenas tres palabras, sobresalió de entre el coro del público, quien solamente había acatado a emitir un ¡ah!, prolongado, al unísono, involuntario y espontáneo.

Serían aproximadamente cincuenta personas las que ocupaban el perímetro de una fosa cavada días antes en un campo deportivo por los empleados municipales, de cinco metros de largo, quizá tres de ancho y treinta centímetros de profundidad; un pasillo de aproximadamente veinte metros de largo, y uno de ancho, por el que tomaban vuelo los competidores de una prueba de atletismo: salto de longitud, con niños de entre nueve y doce años de edad.

Aquellos espectadores estaban presenciando la final entre los ganadores de cada escuela Primaria de la localidad.

Cada uno debía ejecutar tres participaciones, de las cuales se escogería la mejor marca.

“¡Ése, mi primo!”, fue el grito alegórico para alentar o tal vez presumir, que claramente se notó por encima del monosílabo coreado por los testigos.

En aquella fresca mañana de marzo habían realizado algunos ejercicios de calentamiento. La veintena de participantes hizo sentadillas, estiramientos, saltaba sobre las puntas de los pies, contorsiones en la cintura, hombros y espalda. Simularon brincar, evitando mostrar sus habilidades reales.

En el segundo intento, se colocó veinticinco centímetros delante de su oponente más cercano. Lo supo por el alentador coro y porque el juez declaró la marca, mientras hacía el correspondiente registro en su tabla de anotaciones.

La piel se le puso de gallina. Su humanidad tuvo sensaciones jamás experimentadas en los once años de vida al percibirse protagonista del evento, por las miradas de admiración de aquella concurrencia desconocida. Hasta el momento, los únicos rostros familiares eran los del condiscípulo Gerardo, hábil en el salto de altura y el del entrenador, maestro Javier (afectuosamente llamado El Calo), así que ver al primo Ismael y escuchar la frase de apoyo, rebasó los límites de su orgullo. Quisieron aflorar las lágrimas, pero en ese momento otro competidor superaba la marca con apenas una pulgada.

Ahora los asistentes emitieron un ¡oh!, también prolongado, pero declinante, quizá desaprobatorio. El entrenador palmeó en el hombro en señal de solidaridad y consuelo.

Ilusionado pensó en que también él sería parte distinguida en la familia porque había parentela sobresaliente en el trabajo, en la música y el canto. En resultados escolares figuraban Mayo y Gabe.

No entregaron medallas, ni hubo podio, trofeos, fotografías o festejo alguno, la misma fosa había estado inconclusa porque faltó llenarla de arena para amortiguar las caídas, pero todo eso fue superfluo, comparado con el veredicto: los tres primeros lugares obtuvieron pase a recibir un entrenamiento exprofeso para acudir a la etapa intermunicipal.

Aquellos pocos segundos de sentir la gloria, multiplicado por la presencia del pariente, fue una de las enriquecedoras vivencias de la infancia en el ámbito deportivo, motivando su sensibilidad hacia la actividad física, que permitiría estar en posibilidades de mejor condición de salud.

 




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