Lección de vida

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a Ricardo Reyes Baez, por su sinceridad y audacia. Era demasiado incómoda la presencia de madres y padres de familia, pendientes de su actuar, apostados en las ventanas del salón de clases, escuchando su disertación a los alumnos. Recién iniciaba en la docencia y llegó a aquella comunidad con “un morral” saturado de proyectos, … Leer más

Dedicado a Ricardo Reyes Baez, por su sinceridad y audacia. Era demasiado incómoda la presencia de madres y padres de familia, pendientes de su actuar, apostados en las ventanas del salón de clases, escuchando su disertación a los alumnos.

Recién iniciaba en la docencia y llegó a aquella comunidad con “un morral” saturado de proyectos, ilusiones, planes, expectativas, pretensiones, como todo profesionista recién egresado y convencido de lo mucho que podría aportar para la dignificación del gremio y el desarrollo cognitivo de los niños.

Como la escuela era tridocente y él era quien tenía mayor edad, denotaba más carácter, experiencia (y sabido era el protagonismo en la política estudiantil), que sus otros dos compañeros, le asignaron quinto, sexto grado y por lo tanto, fungiría también como Director.

Le gustó el reto, pues intuía mayor facilidad que los de otros grados, para comprender y desarrollarse en el plan de politización social que constituía el currículum oculto.

Sin perder tiempo emprendió una exposición verbal. A veces escribía al pizarrón alguna palabra o diagrama para apoyar su monólogo.

Entendió que las prácticas y el servicio social habían sido insuficientes para desempeñarse de manera ordinaria.

Al conocer el contexto de la Zacayo, San Luis Potossí, se dio cuenta de las paupérrimas condiciones sociales, económicas y de atraso cultural. La mayoría se ocupaba en los jornales del cultivo del café, quedando el pago, sujetos al criterio de los caciques e intermediarios. El sueldo era apenas suficiente para comprar frijoles, maíz, chile, sal, complementando la dieta con la pesca de unos cuantos techiches. La indumentaria y actitud de los niños, le recordó la precariedad de su infancia.

En la primera oportunidad que tuvo de ir a la ciudad de Monterrey, Nuevo León, donde radicaba su familia, conocía una fábrica de útiles escolares especializada en los populares cuadernos “Polito”, y pudo conseguir varios paquetes para obsequiar a sus pupilos.

Invitó a una amiga, de profesión enfermera, quien acudió a participar voluntariamente en jornadas de higiene, prevención y primeros auxilios.

Colaboró en la organización de comisiones al Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ), para que revisara la relación laboral y salarios de quienes constituían el sector cafetalero, consiguiendo mejores condiciones de trabajo.

En el concurso de conocimientos académicos lograron el honroso e histórico segundo lugar de la zona escolar.

Aquella primera semana de trabajo estuvo exponiendo sus ideas sobre lucha de clases, movilización de las masas, pensamiento revolucionario, situación del proletariado, adquisición de conciencia social, emancipación del pueblo oprimido… creyendo que sus alumnos necesitaban un despertar ideológico, pero en el subconsciente daba las conferencias a los vigilantes tutores asomándose por los ventanales, hasta que el viernes, impaciente y conciso un padre de familia, quien quizá no había sido mareado con los discursos del profesor, exclamó: “¿Maestro, hasta cuándo les va a dar clases a los escuelantes?”.

Apenado, lista de asistencia y libro de texto en mano, comenzó a impartir los contenidos académicos del programa. Fue la primera gran lección para él.

*Director de Educación Básica Federalizada [email protected]




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