Informe incompleto
Pudo haber negado el favor, pero conocían las circunstancias económicas adversas que muchos estudiantes tenían.
Al maestro Juan Díaz Méndez, con particular reconocimiento.
Sonó el timbre del receso y parecía que tenía las funciones de encender el volumen de un gran aparato de sonido, porque pronto los pasillos estuvieron saturados por el flujo de los estudiantes, incrementando exponencialmente los decibeles de los sonidos en aquella escuela secundaria.
Una parte se dirigió a la cancha de fútbol, otros a la de básquet y los aficionados al voleibol ocuparon la plaza cívica, previa conformación de equipos deportivos.
Los porristas se colocaron en el perímetro a disfrutar del encuentro mientras degustaban su lonche, otros buscaron la sombra para hacer lo propio y conversar; una buena cantidad de muchachos se apretujaron haciendo cola de la tiendita escolar para adquirir alguna golosina.
Los maestros se asignaban a las diversas áreas del edificio para seguir procurando vigilancia al alumnado, a falta del suficiente personal de Apoyo, se repartían las responsabilidades en las sesiones de planeación del ciclo escolar, al inicio del año. Varios colaboraban como árbitros de las competencias y usualmente se distribuían incorporándose entre los equipos de juego.
Con frecuencia hacía falta atención en la gestión de la fila, pues casi todos requerían la atención inmediata por parte de quien despachaba en el interior de la cooperativa.
Al final de la formación había tres chicos. Los cuales titubeaban en aproximarse, hasta que el docente encargado los vio. Inseguros se acercaron a la ventanilla de despacho.
“Profe, ¿Nos fía una torta?”.
El mentor percibió en los pupilos sus labios blancos por la resequedad, sospechando que habían llegado a clases sin probar alimento y sabiendo que las tortas restantes se venderían con dificultad en el resto del día.
“¡No pagan, Profe!, esos no pagan cuando piden fiado”, acusaron sus condiscípulos al enterarse de la petición.
Sin ver a los ojos a solicitantes y acusadores, declaró “Anótenlos en una libreta”.
Los siguientes dos días se repitió el suceso, pero jueves y viernes los deudores estuvieron ausentes en esa área de servicio.
Por razones obvias. Al hacer la entrega a quien atendía las funciones de la Contraloría, en el informe semanal apareció el faltante correspondiente al importe de nueve tortas. El maestro sacó de su cartera el dinero necesario para que cuadraran las cuentas.
El maestro Juan, Director de la escuela quedó enterado. Se apersonó en la oficina y al escuchar el origen del desfalco propuso: “Pondremos ese importe en alguno de los rubros correspondientes al Fondo Social de la Cooperativa”.
El encargado de esa semana se negó, porque dijo que un acuerdo de esa naturaleza debía tomarse con anticipación y no como conclusión de un hecho en el cual incidía su responsabilidad, por aquel acto de fe cometido sin prejuicios y decisión propia.
Pudo haber negado el favor, pero conocían las circunstancias económicas adversas que muchos estudiantes tenían. Quizá otras personas más insensibles lo hubieran hecho con frialdad pero la solución sería elaborar un programa de apoyo a adolescentes en esa situación.