Infancia al aire libre

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a Francisco Meléndez Aguilar, quien se prepara para la paternidad. Por enésima vez la maestra puso brazos “en jarras”, pies bien apoyados al suelo, el ceño fruncido, con una actitud desafiante, viendo pasar una fila de escolares, quienes ejecutaban la marcha que el maestro de Educación Física dirigía; silbato en la boca, señalaba los … Leer más

Dedicado a Francisco Meléndez Aguilar, quien se prepara para la paternidad.

Por enésima vez la maestra puso brazos “en jarras”, pies bien apoyados al suelo, el ceño fruncido, con una actitud desafiante, viendo pasar una fila de escolares, quienes ejecutaban la marcha que el maestro de Educación Física dirigía; silbato en la boca, señalaba los tiempos que correspondían al pie izquierdo, buscando emparejar los desplantes del contingente.

La docente estaba en una postura corporal bien entendida por el niño, no hacían falta palabras para cuestionar la razón por la cual no portaba suéter, pues la mañana era fría y había un viento que cortaba la piel.

El infante marcaba bien el paso, pero las agujas que traspasaban sus carnes descubiertas con el clima gélido, le impulsaba un acto reflejo de cruzar los brazos al frente y presionar sus manos en la parte externa, pues vestía camisa de manga corta; no portaba playera debajo y pensaba que, de traer manga larga, solo estaría entumido de las manos y los cachetes.

Debía ir marchando con los brazos a los costados y tarde se percató de la guardia de la mentora. Fue sacado de la fila. “Vas a ir a tu casa a ponerte ropa abrigadora, así no puedes seguir en la escuela”. Expresó furibunda la profesora.

El alumno cruzó el patio, rumbo a la salida, pero aprovechando un descuido de su vigilante, entró al sanitario y ahí esperó a que terminara la sesión, para continuar con las demás clases de la jornada.

Sus condiscípulos preguntaban la razón por la cual nunca llevaba chamarra. Él contestaba que no tenía. La verdad se debía a la falta de costumbre, sentía demasiada presión en el cuerpo y ello impedía movilidad en los juegos.

Lo que más lamentaba, es que de seguro esa noche tendría “tos de perro”, eso decían sus hermanos, cuando por la madrugada les espantaba el sueño con su espasmo típico.

Su mamá preparaba té de diversas hierbas, pero ninguna le curaba.

Era incómodo usar ropa con la cual podría soportar las bajas temperaturas en la mayor parte del año, pero el cuello de la chamarra de mezclilla era alto y raspaba la quijada, la orilla áspera; los puños estorbaban sus movimientos hasta para caminar. Sacrificio que se intensificaba al correr.

Había ocasiones en que su madre vigilaba la salida de casa, pero en cuanto se perdían de vista, se quitaba aquel saco, lo metía a la mochila o se lo colocaba en la cintura anudando las mangas al frente.

Los calcetines, herencia de sus hermanos mayores, se recorrían hasta hacer un bulto a medio pie e impedían destreza en el juego con sus compañeros, quedándose en la banca la mayoría de las veces.

Madres y padres de familia necesitan escuchar o atender a los hijos en detalles como los descritos anteriormente, porque impiden un buen desempeño en las actividades de su edad, consecuencias en la formación del carácter, la salud y desarrollo humano.

*Director de Educación Básica Federalizada [email protected]




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