Exceso de confianza

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La instrucción de la maestra sonó a disparate. “Definitivamente es muy difícil entender su forma de trabajar. ¿Cómo que vamos a leer en la página 112?, si apenas estamos en la tercera semana de clases y no hemos leído ni la primera lección. Debería haber empezado desde el principio, como el año pasado. Pero no, … Leer más

La instrucción de la maestra sonó a disparate. “Definitivamente es muy difícil entender su forma de trabajar. ¿Cómo que vamos a leer en la página 112?, si apenas estamos en la tercera semana de clases y no hemos leído ni la primera lección. Debería haber empezado desde el principio, como el año pasado. Pero no, esta profesora es nueva. Casi todo el grupo tiene dificultad para comprender su forma de trabajar, sumado a ello, hasta los libros eran diferentes, a pesar de estar cursando el mismo grado”, meditaba un alumno.

Empezó el curso enseñando una canción que cantaban a coro todo el grupo, después del recreo. Cuando llegaron los libros de texto, se dieron cuenta que la letra venía en la página 80 y tantos.

Su actitud era muy seria y los escolares todavía no se animaban a expresar sus dudas o inquietudes. Probablemente estaba haciendo como la educadora de segundo grado. Al principio se mostraba estricta, para implementar una disciplina de trabajo dentro del salón de clases. Con las niñas platicaba más que con los niños.

Poniendo manos a la obra siguieron sus instrucciones. Primero debían leer “con los ojos” (lectura en silencio), aún así se fue escuchando un murmullo en el salón, parecido al zumbido que hacen las abejas en el enjambre de la casa de la abuela. Debían subrayar las palabras desconocidas; luego leerían en voz alta; después harían la lectura a su compañero o compañera de pupitre.

Por fortuna, aquel alumno pensativo le había tocado compartir la banca con un escolar inteligente. Era metódico hasta en el simple hecho de sacarle punta al lápiz. “¿Cómo es que hay niños inteligentes? ¿Así nacen? ¿Dónde o cómo aprenden?”, cuestionaba mentalmente sin hallar respuesta.

“Esta lección me la sé de memoria”, dijo el condiscípulo. “El año pasado la maestra me la encargó para recitarla en el saludo a la bandera”.

Empezó a recitarla y era verdad; no la estudió, confiado en su dominio.

Pidió ser el primero en participar de manera individual. Petición concedida por la mentora. Solemne y seguro se puso de pie a un lado de la banca, con el libro abierto entre sus manos. La posición corporal, el volumen, claridad, modulación y entonación de voz eran motivo de calificación: “Ante el recuerdo bendito, de aquella noche estrellada…” Primer error. Cambió la palabra “sagrada”, por “estrellada”. “Nueve”, expresó la docente.

Recomponiendo el tropiezo, aunque titubeante prosiguió: “En que la Patria arrojada…”, debió decir “Patria aherrojada”…“Ocho” sentenció la autoridad, interrumpiendo la fluidez del lector.

“Ante la dulce memoria de aquel día y aquella hora”.

Tercer error que le colocaba en calificación de siete, porque era “… de aquella hora y aquel día”.

El grupo quedó atónito, el alumno, a punto de desfallecer dejó caer el peso de su cuerpo en el pupitre. Jamás había obtenido tan baja calificación.

La traición de los nervios es desconcertante.




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