Esperar con paciencia

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Los domingos eran más largos. La mejor distracción era esperar a que llegara la tarde para ir a la plaza del pueblo y ver a otros jóvenes pasear alrededor o disfrutar la música ambiental.

Dedicado a  los amigos Salvador, Juan Manuel, Julio y Bernardo.

Por ser las primeras semanas de clases, aún había ajustes en los horarios de clase, la distribución de  materias, asignación de maestros para cada asignatura e incorporación de nuevos condiscípulos.

Los fines de semana parecían largos porque, a pesar de ocupar la mañana del sábado en asear la habitación en que vivían y lavar su ropa, sobraba un poco de tiempo por la tarde. En esta última actividad quizá invertirán mucho más tiempo y consumían más agua y jabón que cualquier ama de casa, pues estos dos muchachos tenían poca experiencia. Uno de ellos jamás lo había hecho. A lo más, alguna ocasión lavó sus calcetines al tiempo que tomaba un baño personal, pues su mamá le impuso como castigo porque había andado jugando mucho entre la tierra y esas prendas de vestir representaban un verdadero trabajo dejarlos limpios.

Aprender a planchar fue otro reto tan importante como el anterior. La comodidad doméstica desapareció cuando tuvieron que ir a estudiar en aquel lugar remoto en sus expectativas de vida.

Los domingos eran más largos. La mejor distracción era esperar a que llegara la tarde para ir a la plaza del pueblo y ver a otros jóvenes pasear alrededor o disfrutar la música ambiental que un empleado de la presidencia Municipal se encargaba de poner. Eran tardes-noches alegres, joviales, dinámicas y gratas por ver tantas caras nuevas, grupos de muchachas, muchachos que conforme pasaban los días, iban portando ropa más abrigadora por el gradual descenso de la temperatura en la estación de otoño.

Deseaban con vehemencia entrar a alguna función de cine, pero la falta de dinero hasta para gastos elementales postergó por semanas esa añoranza.

“Mira amigo. A esas dos muchachas sus papás les mandan por semana $40.00 a cada una”.

– “¿Cuánto? Yo me conformaría con 10”, dijo el otro, porque con 40 podría comprarme un par de zapatos nuevos en El Mayoreo (una de las tiendas grandes del poblado)”.

– “O con 40 podríamos ir los dos a una función de cine hasta Matehuala (la ciudad vecina)”, calculó el primero.

Regresaron a dormir con sus respectivos sueños. Se veía lejano el tiempo en que tuvieran mayor solvencia. Sabían que el medio era estudiar con dedicación. Tenían ejemplos varios en sus respectivas familias y eso les había impulsado a llegar a ese lugar. Matías, el hermano mayor de Salvador estaba iniciando a ejercer el profesorado luego de haber estudiado en el internado de San Marcos, Zac; en la familia del amigo estaba su primo Gabriel que trabajaba en la administración de la mina principal de su pueblo. Hacía poco tiempo de su graduación como contador privado.

Esos dos ejemplos de sus familiares representaban la mejor motivación. En los meses, próximos recibirían el importe de una beca obtenida por su buen promedio de calificaciones y la situación podría ser más llevadera. Mientras tanto, debían tener paciencia y estudiar con intensidad.

[email protected]




Más noticias

Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez
Huberto Meléndez Martínez

Contenido Patrocinado