Emoción por el inicio
Los cambios de grado escolar dan emociones diversas, en ocasiones alegría, orgullo, nostalgia, pero la expectativa es interesante.
A Gabriel Torres M., Ismael Martínez B., Francisco Meléndez M., Pascual Laredo M. (+), mis precursores en los estudios.
Se llegó el día. Las emociones eran nuevas y se acentuaron desde la noche y por la mañana. Sin necesidad del llamado de su mamá, se despertó temprano.
Escuchó nítidamente las campanadas de la iglesia del pueblo cuando dieron las seis de la mañana y en seguida el potente silbido de la sirena que anunciaba la proximidad de la entrada a la mina. Todavía estuvo un rato acostado, ilusionado de al fin ingresar a la Secundaria.
Las últimas semanas y meses había tenido ese deseo de acudir “como los grandes”. Había observado a sus dos hermanos mayores y primos cuando iban camino a la escuela portando sus libros de diferente tamaño, color y grosor que los “ridículos” colores, tamaños y volumen de los libros de texto gratuitos que él debía cargar cuando iba a la escuela primaria.
Ya quería ser grande (al menos parecerlo). Tenía estatura física para ello.
Más largos parecieron los meses mientras cursaba el sexto grado. Al principio creyó que le animaría el paso del tiempo, porque lo acercaba a pronto juntarse con los mayores, pero en vez de ello su atención se centró en la lentitud del paso de los días.
La voz de su mamá interrumpió sus pensamientos. “Levántate, porque vas a ir a casa de tu tío Carlos a recoger una máquina de escribir para que la uses en la escuela”
Recordó que la necesitaba y presuroso se vistió y aseó para atender la encomienda. Diligente su tía le entregó el artículo en su respectivo estuche. Sintió el peso metálico, cargó con orgullo la preciada herramienta y confirmó que le faltaba ese implemento para acabar de parecerse a los muchachos que en su opinión, tenían una presencia imponente. También ensayó cómo debía llevar el portalibros con sus útiles.
Haciendo grupo con su hermano, su primo y otros vecinos, enfiló hacia la escuela. Hasta el horario de clases era para presumirse: entraban a las 7:30 h y salían cerca de las tres de la tarde. Horario continuo.
Creyó sentir las miradas de la gente que se encontraban y quizá adivinar sus pensamientos aprobatorios y de cierta admiración, pues era el máximo grado de estudios al que podía accederse en aquella comunidad.
Llegando al plantel, las sensaciones se multiplicaron. Todo iba respondiendo a las expectativas. Otra aula (enorme, para dar cupo a 64 alumnos); otros pupitres (dos filas de muebles binarios limpios, recién pintados, dos filas de mesabancos metálicos individuales); muchos maestros (uno para cada asignatura); antiguos compañeros pero también caras nuevas (seguramente conseguiría más amigos); otras clases, otros retos.
Algunas materias eran distintas hasta en el nombre. Español (en lugar de Lengua Nacional), Biología (en lugar de Ciencias Naturales), Matemáticas (en vez de Aritmética), Taquigrafía, Contabilidad, Mecanografía e Inglés (a lo mejor podría intercambiar algunas palabras o frases con su primo Ismael).
Qué grato es sentirse grande y pertenecer a esta nueva comunidad estudiantil.