Cargo de conciencia

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Las jornadas eran extenuantes porque ocupaban muchas horas del día.

Con particular sentimiento de gratitud, a Don Gabino Ramírez de la Paz (QEPD),

Una “quedada”, consistía en formar parte de un grupo de talladores de ixtle de lechuguilla, que se iba por espacio de una o dos semanas al monte. Allá pernoctaban y concentraban toda su energía y esfuerzo en cortar la pulla y tallarla.

Las jornadas eran extenuantes porque ocupaban muchas horas del día. Se levantaban del sitio en donde habían instalado individualmente su banco, tallador y cogollera sólo para preparar alimentos y descansar un poco tirados en el suelo, encima de las humildes cobijas, las caronas o suaderos de sus burros.  Algunos preferían dormitar a la sombra de algún huizache, mientras pasaba el tiempo del sol intenso y aprovechaban las horas frescas de la noche o madrugada para realizar la actividad.

Contaba esta historia porque para esa fecha, a pesar de haber transcurrido varias décadas del suceso, todavía no encontraba en su cabeza el sitio adecuado en el cual pudiera lavarse aquel sentimiento de culpa que bailoteaba en la conciencia.

“Algunos de nosotros parecemos gente honrada, profe, pero no es cierto, aquí todos robamos. Alguna vez lo hemos hecho, somos sinvergüenzas”. Expuso en plan de confidencia, mientras en la asamblea ejidal se determinaba el castigo para el encargado de la Cooperativa comunitaria (Una tienda de abarrotes que se instaló años atrás, con la colaboración de quienes se dedicaban al tallado de las fibras duras de lechuguilla y palma), al que “no le habían salido las cuentas” en el informe de fin de año.

Al día siguiente, en intercambio de ideas Don Gabis narraba en extenso la afirmación hecha esa noche, durante la asamblea.

“Una vez, íbamos a completar ya dos semanas de “quedada” y se nos había acabado la despensa (frijoles y fideos, básicamente) ya no teníamos ni tortillas duras. El hambre calaba en la panza”.

“Alguien del grupo tuvo una idea, pero la desechó pronto. Apenado y santiguándose como buen católico arrepentido, por tan mal pensamiento”.

“Pero el hambre calaba mucho…”

Luego de meditarlo inevitablemente y poner la idea en común, se decidieron a lazar una vaca cuyo dueño todos conocían. La sacrificaron sin consentimiento del propietario para tener alimento por algunos días más y aumentar su producción individual de ixtle.

“Es muy feo comer carne de vaca robada “comentaba y en la expresión denotaba el sentimiento de culpa, dada su loable escala de valores.

“Es feo, porque he de platicarle que la siguiente vez que fuimos a hacer quedada, a la cual llegábamos con muchas ganas de trabajar y provistos de una buena despensa como frijoles cocidos, sopa de pasta, queso, requesón, condoches, café, sal, tortillas de maíz y de harina de trigo, pinole, manteca. Apenas nos habíamos instalado y de pronto se me despertó el apetito de comer carne, aunque fuera de vaca de otro dueño”.

¿A dónde lleva la condición humana cuando las características del entorno impulsan o propician el aprovechamiento del bien ajeno en beneficio propio?

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