Lo opuesto al egoísmo no es el altruismo, es el resentimiento y la envidia

El egoísmo puede ser visto como una actitud que busca priorizar el propio interés. No necesariamente se refiere a una aversión a los demás, sino a un enfoque en las necesidades propias.
Esta reflexión del filósofo y psicoanalista Slavoj Žižek me llamó la atención sobre la naturaleza del egoísmo y lo que realmente lo opone. Tradicionalmente, el opuesto del egoísmo se ve como la generosidad o el altruismo, pero Žižek, con su característico estilo provocador, sugiere que lo contrario al egoísmo no es tanto una actitud de dar, sino algo mucho más destructivo: el resentimiento y la envidia.
El egoísmo puede ser visto como una actitud que busca priorizar el propio interés. No necesariamente se refiere a una aversión a los demás, sino a un enfoque en las necesidades propias. De alguna forma, podría considerarse un principio de autoconservación, en el que la persona tiene claro lo que necesita para sobrevivir y prosperar.
La parte clave de la frase radica en que lo opuesto al egoísmo no es la generosidad, sino el resentimiento y la envidia. Esto se puede entender desde una perspectiva psicoanalítica, donde estos sentimientos surgen como una reacción ante la falta o la frustración. En vez de actuar para mejorar nuestra propia situación, el resentimiento y la envidia nos impulsan a desear lo que otros tienen, pero de una manera pasiva y destructiva.
Más allá de ser simples emociones negativas, el resentimiento y la envidia pueden convertirse en un lastre que nos impide actuar de manera eficaz en nuestro propio interés. Cuando nos dejamos dominar por estos sentimientos, nuestra energía se desvía hacia el deseo de que otros sufran o pierdan lo que tienen, en lugar de trabajar para construir nuestro propio camino. De alguna forma, el resentimiento se convierte en una prisión emocional que nos roba la capacidad de tomar decisiones autónomas y de alcanzar el bienestar.
En el ámbito social y político, esta perspectiva tiene implicaciones profundas. Como he podido observar en mi experiencia, las dinámicas de resentimiento y envidia pueden alimentar comportamientos destructivos a nivel colectivo. En lugar de centrarnos en avanzar o mejorar nuestras condiciones, podemos caer en un ciclo de celos hacia quienes percibimos como más afortunados o exitosos, perpetuando la inacción y la frustración social.
Esta reflexión nos invita a cuestionar nuestras ideas sobre el egoísmo y lo que realmente nos limita en la vida. Si bien el altruismo es una virtud noble, no siempre es la solución al egoísmo. A veces, el verdadero obstáculo no es el deseo de preservar el propio interés, sino la obsesión por medirnos con los demás, por vivir con el peso del resentimiento y la envidia en lugar de enfocarnos en nuestra propia construcción.
No se trata de elegir entre egoísmo y altruismo, sino de aprender a equilibrar el cuidado propio con la conexión con los demás. Vivir sin envidia y sin resentimiento significa aceptar la responsabilidad sobre nuestro destino, sin compararnos con el camino ajeno. La clave no está en mirar lo que el otro tiene, sino en construir lo que realmente queremos para nosotros mismos.
Al final, la verdadera libertad no se encuentra en la posesión de bienes ni en la superioridad sobre otros, sino en la capacidad de vivir en paz con lo que somos, con lo que tenemos y con lo que elegimos construir.