Fortuna de tres

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Al oscurecer fueron a buscarlo para consultar sobre un hallazgo minero del que intuían un resultado venturoso. Doroteo pastaba sus cabras en el monte y después de comer sus tacos de frijoles calentados a las brasas, cansancio y sueño atrasado le hicieron dormir junto a la fogata. Sus chivas, familiarizadas con el entorno rumiaron en … Leer más

Al oscurecer fueron a buscarlo para consultar sobre un hallazgo minero del que intuían un resultado venturoso.

Doroteo pastaba sus cabras en el monte y después de comer sus tacos de frijoles calentados a las brasas, cansancio y sueño atrasado le hicieron dormir junto a la fogata. Sus chivas, familiarizadas con el entorno rumiaron en el filo de la loma, desde donde se veía el rancho hacia el sureste, a un par de kilómetros abajo.

Toñote era su amigo y vecino con quien conversaba casi a diario, sobre temas cotidianos. Juntos frecuentaban a Juan para mostrarle las piedras que comúnmente creían ser de algún mineral bien cotizado. La influencia de riqueza en yacimientos del vecino municipio Concepción del Oro, mantenía en permanente atención a la gente de la región.

Pero esta vez fue distinto, no eran piedras lo que querían mostrar. Cuando Doroteo despertó, quiso asegurarse de eliminar el riesgo de que el viento hiciera rodar las brasas de la fogata y produjera algún incendio forestal y descubrió entre la ceniza algo atípico: un charco de un líquido curioso. Con cierta dificultad recogió una parte y la depositó en la cantimplora en que portaba el agua para beber. El peso era ahora mucho mayor, con cierta dificultad llegó a casa. Preguntó a Antonio, pero éste sólo acató a aconsejar y acompañarlo a casa de quien había trabajado varios años en las minas.

“Yo pienso que es azogue”, dijo el interpelado, pero Juan es el que podría saber.

“Vamos a verlo” invitó el primero, presuroso.

“Sí, Doroteo. Esto es mercurio ¿Dónde lo encontraste?”

En vez de responder, emitió otra pregunta “Crees que con esto podríamos salir de pobres?”

De haber más, sí. Éste mineral se encuentra generalmente petrificado, pero donde exista en estado líquido de manera nativa, entonces se trata de una veta muy rica.

Eufóricos aventaron los sombreros al aire en señal de celebración.

¿Cuántas veces y cuántas rocas le había llevado y sufrido decepción porque ninguna tuvo brizna de metal valioso? Aquella noticia era un resultado que coronaba muchas ilusiones, esperanzas y cuantiosas búsquedas por serranías, arroyos y llanuras.

Más que capital se necesitaba conocimiento, trabajo en equipo, honradez y tesón. Esas cualidades estaban disponibles en ellos.

A fuerza de pico y pala, acarreando el mineral a lomo de burro y ensayando diversas formas de fundir, pues el depósito en estado líquido era muy pequeño, pero suficiente para señalar la existencia del yacimiento. En unas cuantas semanas consiguieron lo que todo gambusino anhela: disponer de una producción que les permita cambiar su condición de vida.

Abrieron excavaciones en tres frentes, eran tres socios, se hicieron solventes en tres meses, por lo tanto, decidieron bautizar su mina como “La Trinidad”.

Hicieron honor a la sabiduría popular de “El que busca, encuentra”; “El que persevera, alcanza”; acuñaron otro adagio: “La riqueza está en las manos, el trabajo, el esfuerzo”.

 




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