Esta lengua española tan viva

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Respecto a la cotidiana evolución o, para algunos que quieran escandalizarse, involución de la lengua española, sobran debates en torno a qué voces deben ser las correctas o incorrectas en ella. Dando muestra de que hasta las mejores intenciones resultan dañinas, podemos buscar a los mejores diccionarios y los mejores puristas en aras de “defender” … Leer más

Respecto a la cotidiana evolución o, para algunos que quieran escandalizarse, involución de la lengua española, sobran debates en torno a qué voces deben ser las correctas o incorrectas en ella. Dando muestra de que hasta las mejores intenciones resultan dañinas, podemos buscar a los mejores diccionarios y los mejores puristas en aras de “defender” algo que en un arranque fanático pudiéramos considerar inviolable. Empero, nada puede detener la transformación de nuestra lengua.

Frecuentemente puede surgirnos el impulso de tomar una fotografía al idioma en este momento como para petrificarlo; como para que, así como está, sea siempre respetado. En contraparte, lo difícil y maduro es aceptar que la realidad avanza y se modifica constantemente. Son nuevos sus matices y algunos entes, así como varias sus modificaciones: el idioma debe estar siempre preparado para reflejar todo esto del mejor modo.

Por ello insisto en que el cambio del lenguaje debe continuar sin que nos resistamos y sí procuremos preservar sus mejores virtudes. Haciendo a un lado el tema de la corrección, resulta más eficaz debatir qué es más “adecuado” o “inadecuado” en su uso cotidiano y algunos otros contextos.

Esta lengua española es tan viva que, en efecto, son muchos los españoles dentro del español. Son muchas las formas de hablar, y tales divisiones van más allá del concepto de nación o territorio. Además hay que considerar a los diversos estratos socioeconómicos en cada grupo poblacional.

En nuestras comunidades puede apreciarse la sinonimia, la divergencia, lo contradictorio en los significados que otorgamos a las palabras. En España, por ejemplo, un puchero es un recipiente doméstico; entre nosotros los mexicanos es una actitud, una pataleta, un berrinche. En México, una persona enfadada es generalmente una aburrida. Para los españoles, es una encolerizada.

A la hora de fijar los límites de una lengua, lo “homogéneo” no tiene un aspecto meramente monolítico. Permítanme la imagen: es cada lengua una masa viscosa y ambulante que en su paso comprende partículas en transformación; además de que se desprende de fragmentos que vuelan por el aire, y deja otros pegados en el suelo. Vive una vida, pues, donde cambia y se adapta a lo nuevo que le toca.




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