En “modo” divino

La reciente conmemoración de todos los fieles difuntos nos sigue haciendo reflexionar. Aunque las flores se hayan marchitado y las veladoras apagado queda “algo” de nostalgia, recuerdos y… preguntas. ¿Por qué tenemos que morir? ¿También el amor muere? ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Qué relación con quienes murieron? ¿Sepultar o incinerar? ¿Es mejor … Leer más

La reciente conmemoración de todos los fieles difuntos nos sigue haciendo reflexionar. Aunque las flores se hayan marchitado y las veladoras apagado queda “algo” de nostalgia, recuerdos y… preguntas. ¿Por qué tenemos que morir? ¿También el amor muere? ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Qué relación con quienes murieron? ¿Sepultar o incinerar? ¿Es mejor visitar los panteones que rezar en casa?

Éstas y otras preguntas rondan en nuestro interior. La y las respuestas no están tan a la mano. Quizás, en el momento que vivimos, hasta se intente sacar de circulación preguntas que puedan estropear los afanes de bienestar que caracteriza a la presente generación. Sin embargo, tarde o temprano, queramos o no, tenemos que volver a plantear la pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte.

En el Evangelio que escuchamos el domingo pasado el tema discutido es la resurrección de los muertos según la cosmovisión de los saduceos. No es la suerte de las cenizas, ni siquiera el modo y el cuándo de la resurrección, mucho menos la fe en ella. La polémica se centra en la pregunta “¿de cuál de ellos (siete esposos) será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?” La polémica de los saduceos desvela algo más dramático que su carencia de fe en la resurrección: que la mujer, según ellos, no podría verse libre de la potestad del varón ni en el más allá. “¿De cuál de ellos será?”, desenmascara sus intenciones.

Jesús, evidentemente, responde a la pregunta sobre la resurrección. Su respuesta, aunque apunta a la igual dignidad de la persona, sea varón o mujer, va más allá de los modos históricos del matrimonio. La total plenitud de la relación matrimonial y de toda relación de amor se dará en el mundo futuro. El “serán como ángeles” indica el nuevo modo de relaciones que supone la resurrección: no serán de dominio sino que se darán en los mismos modos de lo divino.

Creer en la resurrección es creer en el “Dios de vivos y no de muertos”. Confesar nuestra fe en la resurrección es creer en su potencia de vida que traspasa los umbrales de la muerte. Es oferta y generación permanente de vida, tanto en el más allá como en el más acá.

Más allá de toda polémica acerca de qué pasa con los que mueren, el que cree en la resurrección de los muertos está llamado a generar vida, cuidarla, cultivarla, defenderla. La muerte no es lo último que le puede pasar a un creyente. Sin Dios, la muerte es silencio para siempre. Con Dios, la muerte es participación de la vida de Dios para siempre.

No hay nada más desastroso para el que cree en Cristo que pasarse a las filas de quienes promueven la cultura de la muerte. Calcular el más allá con la lógica del más acá nos lleva a quedarnos sin nada después. Dichoso quien cree en Jesucristo muerto y resucitado porque vivirá para siempre.

Con mi afecto y mi bendición.




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