El muchacho de negro

El ágil estudiante portaba una playera color negro, dando origen al mote asignado en la crónica.

A Nicolás Verástegui Moreno, por grandes recuerdos de la adolescencia.

“¡Detengan a ese muchacho de negro!, ¡deténganlo, no lo dejen tirar!”, gritaba con desesperación y estruendo al micrófono, el dueño del tocadiscos del pueblo. Cumplía las funciones de locutor y en esta ocasión, colocado a un extremo de la cancha, como cronista de un partido de básquetbol donde participaban jóvenes de entre 15 y 20 años de edad.

Su entusiasmo divertía a la concurrencia, quien disfrutaba el juego pese al candente sol de aquella fecha esplendorosa del mes de noviembre. La arenga y desesperación del señor al micrófono, se debía a que el joven Nicolás, en cuanto tomaba el balón, mostraba la agilidad de un felino y esquivaba a sus oponentes para aproximarse al tablero. En cada lanzamiento que hacía encestaba, estableciendo un mayor margen de puntuación con el adversario.

“¡Tápenlo, no lo dejen tirar!, ¡alguien que le dé marca personal a ese hombre de negro!”, insistía desesperado el del sonido, motivando curiosidad en la población y, ante tanto escándalo pronto hubo más público alrededor de la cancha donde las porras estaban en la mayor plenitud. Los decibeles subían en cada anotación.

El ágil estudiante portaba una playera color negro, dando origen al mote asignado en la crónica.

El propósito de aquellas actividades de extensión escolar, era tener un acercamiento con las comunidades circunvecinas en plan de mostrar lo que aprendían como alumnos en la Escuela Normal y tener la oportunidad de convivir con la población. Precisamente para fomentar la buena relación y evitar las rivalidades, el maestro asesor determinó que se combinarían los elementos de los equipos. Solidarios aceptaron y entendieron que lo más importante era compartir con los vecinos y podían, de igual manera, tener un rato de diversión.

Nicolás era un alumno normalista serio, estar callado la mayor parte del tiempo era su característica principal, dentro y fuera de clase. Lo poco que hablaba dio noticia de ser una persona noble, sencilla, prudente, receptiva.

Encontrar en él alguna cualidad que orientara su personalidad a fungir como Profesor en Educación Primaria era un verdadero desafío, porque los demás condiscípulos hacían esfuerzos notorios para expresarse, aprender a analizar, discutir, confrontar ideas, a tocar guitarra, cantar, bailar folclor, actuar, declamar o trabajar en los diversos núcleos productivos que había en el plantel. Él prefería callar, escuchar, ver, meditar, trabajar.

Por esas razones sus mismos compañeros del grupo quedaron asombrados al verlo jugar con una habilidad poco común. El dominio del espacio, el bote del balón, su noción de juego, la rápida percepción sobre la ubicación de sus compañeros, la distancia del tablero, su extraordinaria flexibilidad, velocidad y su concentración en el partido daban como resultado un deportista de rendimiento asombroso.

Para los seres extrovertidos es difícil entender la personalidad de quienes prefieren ver, oír, meditar, aprender de los otros, porque consideran que la experiencia propia es tan ordinaria que las cosas interesantes están en la vida de las demás personas.




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