Educación como control de calidad

Víctor Manuel Silva Galaviz.
Víctor Manuel Silva Galaviz.

El modelo fordista, adaptado en países como México, Chile o Colombia, desde los inicios del siglo XX, se articuló fácilmente con los modelos pedagógicos conductistas de tipo escolástico que la Iglesia Católica había establecido en el continente. La llegada del postfordismo, como forma de organización industrial, trae consigo la apertura de los modelos educativos a … Leer más

El modelo fordista, adaptado en países como México, Chile o Colombia, desde los inicios del siglo XX, se articuló fácilmente con los modelos pedagógicos conductistas de tipo escolástico que la Iglesia Católica había establecido en el continente. La llegada del postfordismo, como forma de organización industrial, trae consigo la apertura de los modelos educativos a pedagogías constructivistas más flexibles que permiten una formación menos rígida, pero no por ello menos pensadas para formar y educar para el sistema industrial.

Finalmente, el neofordismo se establece como forma de organización industrial dominante en la llamada “Sociedad del Conocimiento” (Castells, 1998), permeando las universidades con el discurso de la Calidad desde la visión empresarial, conformando de esta manera la Universidad actual, donde lo académico se asume desde el discurso de la productividad (Colella & Díaz-Salazar, 2015).

Las instituciones educativas empiezan a ser medidas por Estándares de Calidad al igual que se hace con las empresas del sector productivo. Los estudiantes pasan a ser clientes; los docentes y administrativos, unos prestadores de servicios. En esta dinámica, que en principio busca la Calidad como concepto y objetivo, se pierden los espacios académicos de reflexión, de pensamiento de encuentro de los docentes, y la Universidad se transforma en una empresa más (Fingerman, 2011).

Los docentes terminan siendo empleados medidos por indicadores de cumplimiento e informes de gestión, donde se establecen un sinnúmero de actividades; muchas de ellas administrativas, poco relacionadas con el verdadero papel de un profesor.

El neofordismo, inmerso en la llamada “Sociedad en Red” (Castells, 2000), establece un entorno globalizado donde la velocidad, el correr, el trabajar en exceso, el estar exhaustos, se ha convertido en la condición humana de la época (Brum, 2016). La universidad, que hace parte de la cultura (Vygotsky, 1953), no es ajena a esta realidad actual, y termina inmersa en esta carrera por ser más productiva. Más ponencias, más papers, más actividades. Se termina trabajando 24 horas al día, 7 días de la semana, conectados al whatsapp, al Facebook, respondiendo inquietudes, solicitudes.

Pareciera que la jornada de trabajo no acaba y se termina viviendo en lo que el filósofo Coreano Byung-Chul Han (2012) llama “La Sociedad del Cansancio”, describiendo este tipo de estado permanente de conexión a la red en el que voluntariamente hemos cedido nuestro tiempo e intimidad, donde vivimos sin pausas, sin los intermedios necesarios para reflexionar y/o analizar los diferentes y cada vez más diversos contextos en los que nos movemos.

Es en este sentido que se puede señalar que el neofordismo ha logrado que esa aparente flexibilidad, se convierta en un autocontrol del propio trabajador para poder cumplir con sus indicadores de trabajo.

Y aunque no es la educación el único factor que entra en juego en la determinación, preservación y perpetuación de los sistemas de control social, si es uno de los más importantes, pues lo político, económico y social siempre buscarán en lo educativo, la forma de reformular, renovar y reestablecer los órdenes impuesto. (Sandro Javier Buitrago)




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