Detectar lo esencial

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado a Yesy (Francisca Yesenia González Reyna), una exalumna distinguida   “¡Qué padre! Acabo de declamar una hermosa poesía. Lo hice para mí, jeje. ¡Qué recuerdos!…”, publicó Yesi en redes sociales, veinte años después de haber conocido un poema con el que participaría en un concurso interno de declamación individual, siendo apenas una adolescente. Era … Leer más

Dedicado a Yesy (Francisca Yesenia González Reyna), una exalumna distinguida

 

“¡Qué padre! Acabo de declamar una hermosa poesía. Lo hice para mí, jeje. ¡Qué recuerdos!…”, publicó Yesi en redes sociales, veinte años después de haber conocido un poema con el que participaría en un concurso interno de declamación individual, siendo apenas una adolescente. Era la primera vez. Al cursar la escuela Primaria había faltado motivación. Se esforzó mucho pero el veredicto del Jurado Calificador fue adverso.

Alguna reacción hubo en su pensamiento porque años más tarde, en el bachillerato, fue una de las estudiantes sobresalientes en esta disciplina. Los veredictos dejaron de importarle. Encontró uno de los propósitos del género literario: disfrutar esa creación artística

Ese acontecimiento provocó reflexiones numerosas en el maestro que le asesoró en sus inicios. Vino a su memoria un recuerdo remoto…

Cierto día, la maestra María de la Cruz, asesora del grupo de 3er año de Secundaria, invitó a un recital de poesía a los alumnos que por alguna razón se habían rezagado en salir de clases. Lo impartirá un poeta local, reconocido nacionalmente, Antonio Valdez Carvajal.

Ella hubiera querido haber anunciado el evento a la totalidad de la población estudiantil, pero por estar atendiendo otras responsabilidades laborales, el bullicio de la salida de sus pupilos le sacó de sus ocupaciones y recordó esa tarea.

Entre los muchachos que iban por el pasillo, escucharon Pascual y su primo. Ellos tenían previsto para esa tarde-noche ir al cine. Se estrenaba una película anunciada insistentemente desde semanas anteriores.

El dilema era: ir al recital o a la función. Lo correcto era asistir al primero, porque representaba una buena oportunidad para enriquecer el acervo cultural que la maestra de Literatura tanto anhelaba. Pero los jóvenes, con un pensamiento más superficial, se decidieron por lo segundo.

Los comentarios espontáneos y entusiastas de quienes habían ido a escuchar poesías, hizo despertar remordimiento y sensación de pena a estos dos estudiantes. Con los ojos abiertos, receptivos, pero abochornados, fueron testigos mudos de la tertulia organizada en la clase siguiente, dejando un sabor de boca con un vacío difícil de describir  entre desacato, arrepentimiento y conmoción, sensación de pérdida de una oportunidad de crecimiento y lo peor, experimentar una ignorancia que rayaba en la incomodidad.

El sentimiento de culpa lo persiguió durante años. Más cuando incursionó en una escuela formadora de profesores, donde lamentó su falta de conocimiento literario, porque el currículo implicaba adquirir y desarrollar esa y otras habilidades para el profesorado.

Admiró la eficiencia para declamar de varios de sus maestros y condiscípulos. Intentó concursar en una ocasión, pero tuvo grandes dificultades para memorizar los cuartetos, implementar la mímica, hacer la entonación adecuada al contenido, dominar el miedo al público.

Mientras en otro tiempo pudo haber contado con la orientación académica adecuada, ahora tendría que hacerlo de manera autodidacta.

Aprender a temprana edad, ofrece mayores oportunidades para adquirir pericia o la sensibilidad esperada en el dominio de un oficio o profesión.

 




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