Desafiar al cacique

A la tía Manuela Meléndez Contreras (QEPD), con cariño y afecto .   La idea surgió luego de haberse hecho cargo de la Cooperativa ejidal, misma que manejó con honradez durante los tres años que estuvo administrándola; al final entregó con ganancias sin precedente. En su pensamiento enlistó las posibilidades de éxito: conoció el manejo … Leer más

A la tía Manuela Meléndez Contreras (QEPD), con cariño y afecto

.

 

La idea surgió luego de haberse hecho cargo de la Cooperativa ejidal, misma que manejó con honradez durante los tres años que estuvo administrándola; al final entregó con ganancias sin precedente.
En su pensamiento enlistó las posibilidades de éxito: conoció el manejo de la tienda, los insumos de mayor demanda en la población, la relación comercial con los proveedores, los costos de traslado de la mercancía desde la ciudad más próxima, los precios, las mermas por el manejo de productos. Disponía de un espacio bien ubicado y hasta de tiempo para esperar a los clientes; solo le hacía falta una báscula, que con facilidad consiguió a crédito.
El real problema era enfrentarse al dueño del establecimiento de abarrotes más antiguo de ese rancho, quien tenía un carácter ríspido y estaba posicionado porque la mayor parte de los pobladores tenía deudas por la adquisición de despensas. Tanta era su fuerza y poder, que los talladores de ixtle sentían la obligación de entregarle su fibra, incluso a un precio menor que en el local de Asociados ixtleros y sin derecho al pago anual de remanentes.
Durante casi dos semanas estuvo esperando pacientemente la llegada del primer cliente y en vez de ello, tuvo la visita de Don Chevo, quien amenazante y en tono de las personas que no aceptan réplica expuso: “Cierra tu changarro muchacho. Aquí nadie va a venir. Todos me deben y te vas a morir de hambre. Cuando necesites, acuérdate, no te voy a fiar”.
Cierto día apareció circunstancialmente un niño vecino de la familia quien, queriendo seguir jugando con sus amigos, quiso obviar tiempo y entró a comprar un kilogramo de azúcar. Solícito entregó el paquete y el cambio del billete al pequeño, el cual salió corriendo rumbo a su casa.
Años después, platicaba Juan que La Divina Providencia le iluminó con una idea. Con el grito de “Espérate, muchacho”, frenó la carrera. Volvió para encontrarse con las manos unidas del despachador, acomodadas en forma de recipiente cóncavo, desbordantes de cacahuates. El chiquillo, sorprendido argumentó que no tenía dinero suficiente para pagarlos.
“Llévatelos, te los regalo de pilón por la compra del azúcar”, respondió el dependiente.
A falta de bolsa o envoltura, el chico, creativo jaló el faldón delantero de la camisa para recibirlos. Eufórico y contento se fue. Tuvo necesidad de explicar a su mamá el origen de la golosina.
El infante se encargó de difundir la acción como reguero de pólvora, así que, un puñado de galletas de animalitos, un dulce, un trozo de piloncillo y hasta un lápiz o borrador escolar obsequiaba a sus pequeños clientes en cada adquisición.
Las amas de casa recibían una bolsa de sopa de pasta, una pequeña porción de manteca, una papa, naranja o puñado de más en productos a granel.
Aprendió entonces que un buen trato, una actitud generosa, son los elementos imprescindibles en la conservación de la clientela.

 




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