Cuarta ola

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Basta con ver la propensión de algunos políticos a ser hospitalizados en policlínicas privadas ante cualquier problema de salud para hacerse una idea del estado de los hospitales y del sistema sanitario (así como de la escasa consideración que tienen por sus conciudadanos) en los territorios que gobiernan. En palabras llanas, México, con una cama … Leer más

Basta con ver la propensión de algunos políticos a ser hospitalizados en policlínicas privadas ante cualquier problema de salud para hacerse una idea del estado de los hospitales y del sistema sanitario (así como de la escasa consideración que tienen por sus conciudadanos) en los territorios que gobiernan. En palabras llanas, México, con una cama de hospital por cada 1000 habitantes (África, tiene 1.5, en comparación con 5 por cada mil habitantes en la Unión Europea), no está preparado para hacer frente a la pandemia de Covid-19 como tampoco lo estaba en 2009 ante una eventual gravedad de aquel brote de gripe porcina.

Con cuando menos 250000 muertes reportadas y 3 millones de casos confirmados nuestro país ha sido duramente inafectado por el Covid-19. ¿Juventud de su población? ¿Clima? ¿Hábito de fiebre y enfermedad? ¿Pruebas y recopilación de estadísticas deficientes (especialmente de mortalidad)? El tiempo de estas preguntas ha terminado –o aún no– porque la urgencia prevalece ahora, cuando enfrentamos la pendiente ascendente de la curva estadística de la tercera ola, la que “corre el riesgo de ser la peor”, como advirtió la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El país tiene las cifras más grandes de infectados que nunca, con tasas que muestran un crecimiento exponencial en el número de casos. La variante Delta es ahora dominante y sólo el 20% de la población está completamente vacunada. Enfrentamos otra vez este escenario con regiones del país con hospitales saturados y falta de oxígeno a mediados del verano y todos sabemos que después vienen -otra vez- el otoño y el invierno.

En el mismo momento en que los países desarrollados están considerando salir del túnel a través de la vacunación, la amenaza de una explosión de Covid-19 en los países y regiones más pobres del planeta se está volviendo más grave, reviviendo el miedo a una pandemia de larga duración y relegando al estado de espejismo la esperanza de una Europa y una América del Norte, a la que es evidente que no pertenecemos, ahora “fuera de peligro”.

Cifras simples hablan por sí solas: apenas el 1 % de los africanos han sido vacunados, mientras que casi el 60 % de los estadounidenses y casi el 40 % de los europeos están inmunizados. Mientras que los países ricos han adquirido dosis que cubren más de 4 veces el total de su población, países como México tienen problemas para conseguir vacunas para menos de la mitad de la suya y nos llegan de a poco en poco. África sólo ha adquirido para el 10% de su población, y de los 3.3 mil millones de inyecciones realizadas en todo el mundo, solo el 1% ha beneficiado a los africanos.

Mientras estos últimos esperan las vacunas, “los europeos, sin mascarillas, están en los estadios de fútbol para el Euro”, criticó Strieve Masiyiwa, el encargado del suministro de vacunas para la Unión Africana, acusando a los países ricos de haber “privado deliberadamente a los países más pobres de dosis de vacunas”. El principal acusado es el programa Covax (el mismo al que ingenuamente se acogió México), que se supone que permitirá, bajo los auspicios de la OMS y la ONU, la compra conjunta de vacunas para los Estados desfavorecidos. “Nos pusieron en un rincón mientras los más ricos tomaban el control de los medios de producción para satisfacer su propia demanda”, dice Masiyiwa.

El fiasco de la vacunación en la mayor parte del mundo no tiene sólo causas “occidentales”. La pandemia desbocada en India llevó al país a bloquear las exportaciones de vacunas, a pesar de que es el principal proveedor de Covax. En la cumbre del G7, los países ricos prometieron mil millones de dosis, pero se espera que sólo la mitad se entreguen este año. A las carreras, cada país ha tenido que confiar en su propio mecanismo de adquisición.

La pandemia envió al mundo a la recesión en 2020. También corre el riesgo de erosionar la poca confianza que sus habitantes tienen en sus gobiernos. Pone en tela de juicio los progresos realizados en la educación y pone en peligro el acceso a la atención para las personas que padecen otras enfermedades que distan mucho de ser derrotadas, como la tuberculosis, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.

Ante este escenario, la prudencia y el sentido común aconsejan prepararse para una cuarta ola en el fin del otoño.

Lo mejor sería que, aprendiendo de esta experiencia, los gobiernos recluten la voluntad de los ciudadanos, cosa que no han hecho, por generosidad y humanismo. Si no, hagámoslo para preservarnos. No solo para evitar las futuras variantes del SARS-CoV-2, sino también por la ilusión de poder vivir otra vez, como si nada hubiera pasado.




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