Ya será tiempo

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Tengo una sensación de déjà vual ver el manejo que han dado las instituciones de salud pública y los medios de comunicación al brote de coronavirus que nos golpea: me recuerda el comienzo de la pandemia del SIDA, cuando yo era estudiante de medicina. Me la recuerdan similitudes como la incertidumbre sobre la epidemiología y … Leer más

Tengo una sensación de déjà vual ver el manejo que han dado las instituciones de salud pública y los medios de comunicación al brote de coronavirus que nos golpea: me recuerda el comienzo de la pandemia del SIDA, cuando yo era estudiante de medicina.

Me la recuerdan similitudes como la incertidumbre sobre la epidemiología y el estigma colgado a determinados grupos de personas. El miedo, la ansiedad y la culpa resultan cuando la gente no confía en el mensaje o el mensajero.

Hoy por hoy, igual que entonces, parece que la estrategia de salud pública consiste en que los pacientes en riesgo se autoinformen y se autoaislen.

El brote de coronavirus que comenzó en Wuhan, China ha demostrado la velocidad y la distancia que puede alcanzar una enfermedad en nuestra era globalizada. También nos ha mostrado la rapidez con la que pueden propagarse el miedo, la desinformación y la culpa, con los que solo se dificulta la lucha contra el virus causante de la neumonía. La alarma es comprensible.

Se han confirmado más de un millón de casos y decenas de miles de personas han muerto. Los funcionarios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) piensan que es imposible predecir cuándo alcanzará el brote su punto máximo y menos cuándo terminará.

Ahora la mayoría de las personas infectadas están fuera de China, dispersas desde Estados Unidos y Australia hasta Tailandia.

En Japón y Alemania. En todo el mundo, pacientes que nunca han estado en China han enfermado; la pandemia causa dolorosísimas masacres en España e Italia. La respuesta ha sido dramática. Hay unos 2 mil millones de personas encerradas en todo el mundo: las aldeas y los recintos habitacionales han impuesto sus propias cuarentenas, y muchas personas simplemente se quedan en casa.

Medio mundo ha cerrado sus fronteras y ha prohibido todas las reuniones públicas. La industria aeronáutica agoniza.

Estas medidas drásticas pueden tener un impacto económico incluso más allá de un lustro. En México, empezamos a sentir el golpe económico antes que el sanitario, evidenciando que las fuerzas del dinero no dependen de si queremos encontrar los casos o no, ni de si queremos publicarlos o guardarnos su número: cuando una enfermedad mata, los muertos en el mundo, y en México, no se pueden ocultar.

En la actualidad, las preguntas clave siguen sin respuesta. Exactamente no sabemos cómo surgió por primera vez el nuevo coronavirus, con qué facilidad se propaga o su tasa de mortalidad. La mezcla de casos leves, la escasez de kits de diagnóstico y los políticos que han decidido no hacer pruebas, sumados significan que el recuento de casos y muertes será inexacto. Hasta que no pasen años tendremos mejores respuestas. Hoy es difícil juzgar el tamaño de la amenaza y medir las consecuencias.

Son inevitables algunas lagunas en nuestro conocimiento cuando surge una nueva enfermedad. Probablemente sea criticable el manejo de la crisis por parte de China, a pesar de los elogios de la OMS para Beijing y de la dedicación de científicos y personal médico, y si ello facilitó su difusión. El brote también ha encuerado los límites de los sistemas de salud que luchan por enfrentarse a las circunstancias normales, y las debilidades de los estados que justifican su existencia en la miseria de sus habitantes y su incapacidad para satisfacer sus necesidades básicas. Alrededor del mundo, muchos hospitales han sido construidos desde cero en cuestión de días para luego operar sin mascarillas ni batas protectoras. La complacencia, la incompetencia y los encubrimientos apenas se esconden en las democracias.

Pero una cultura política autoritaria que castiga en lugar de recompensar la transparencia e impide la rendición de cuentas resultará evidenciada por una cifra: la de los muertos. También si perversamente fomenta rumores. Dolorosamente, aparece la discriminación hacia los enfermos, reflejando viejos tropos racistas sobre enfermedades e higiene. Tales prejuicios no hacen nada para proteger la salud.

Llegará el momento de un necesario examen de la respuesta oficial.

Este es el tiempo de atender a las personas que necesitan y merecen ayuda, así como compasión.

 *Médico




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