Sobre salud, envejecimiento y dinero público

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Entre el aumento de la esperanza de vida gracias a la disminución de la tasa de natalidad y los avances médicos, la proporción de personas mayores aumenta inexorablemente.

Hay dos categorías de revoluciones sanitarias. Las que ocurren cuando no las esperábamos y las que son predecibles porque son el resultado de trayectorias estadísticas implacables, inexorables y frías. El envejecimiento de la población pertenece a la segunda categoría. Este fenómeno global constituye una gran asonada social y económica sobre la que la Medicina ha querido llamar la atención en múltiples ocasiones y a través de múltiples textos en revistas especializadas y trabajos académicos que prevén y predicen el mundo de viejos que viviremos. Sin embargo, las consecuencias de este hito sin precedentes en la historia de la humanidad siguen sin estar suficientemente previstas a pocos años de que suceda.

Entre el aumento de la esperanza de vida gracias a la disminución de la tasa de natalidad y los avances médicos, la proporción de personas mayores aumenta inexorablemente -y lo hará a mayor velocidad-, deformando cada vez más la pirámide de edad. Sin embargo, esta buena noticia a nivel individual amenaza con desestabilizar los sistemas sociales y de bienestar tal y como fueron concebidos en el mundo de los años cincuenta del siglo pasado.

Por poner el ejemplo de México, uno de cada seis habitantes tiene ahora más de 50 años. En 1970 sólo había un 8%. En menos de medio siglo, el número de mexicanos en edad de jubilación se ha más que triplicado. En 2070, esta categoría de edad representará casi un tercio de la población nacional. Sin embargo, mecánicamente, un país más viejo no parece estar construyendo mecanismos para mantener un nivel de crecimiento capaz de financiar su modelo social que ha sido creado en los últimos 5 años. Como si el futuro se midiera en periodos de seis años.

En Zacatecas, esta mecánica despiadada pinta con cifras un escenario escalofriante. La esperanza de vida de los zacatecanos apenas ha cambiado en los últimos 10 años, pero los movimientos migratorios influyen para que desde 2020 uno de cada 4 habitantes tenga ya más de 55 años.

En el contexto nacional, sin un esfuerzo considerable en educación e innovación, es probable que la productividad, que permite la creación de riqueza, continúe disminuyendo debido a la deserción de la población activa además de los factores de los que ya adolece la planta productiva mexicana -una de las tres peores en la OCDE-. Al mismo tiempo, el ahorro y la inversión no están prevaleciendo sobre el consumo, mientras que el envejecimiento y los programas sociales destinados a paliar la extrema pobreza en la que vive la mitad de los mexicanos están absorbiendo una parte cada vez mayor de los recursos del país en detrimento de las inversiones para el futuro. En Zacatecas no tenemos conciencia de las cifras y nos dejamos a merced de la distribución de recursos de la federación para vivir al día.

La mecánica es despiadada. A medida que el crecimiento se desacelera, los ingresos fiscales son cada vez más difíciles de recaudar, mientras que el gasto aumentará exponencialmente. Además del aumento de la cuantía total de las pensiones -las que ahora tienen garantía constitucional-, hay costes sanitarios que se disparan con la edad y la necesidad de hacerse cargo de la dependencia en los últimos años de vida. En definitiva, cada vez son menos las personas que tienen que soportar la maquinaria productiva del país y financiar cada vez más gastos. Si bien la deuda nacional ya es un problema importante -la más alta en el último medio siglo- y otros gastos (transición climática, defensa, etc.) son urgentes, las decisiones presupuestarias serán impostergables.

Esta descripción suena como una perogrullada, ya que está respaldada por cientos de proyecciones estadísticas confiables. Sin embargo, el debate político en México sobre estos temas es superficial y está extremadamente polarizado, lo que socava la reflexión y precipita la acción política. Entre los cuestionables métodos de la política nacional actual  y la incompetencia sistemática de los opositores, debe haber espacio para un debate que no se convierta en una pelea.

Ante el espinoso tema del envejecimiento, no existen soluciones fáciles y populares. Subir los impuestos, bajar el nivel de las pensiones, aumentar la edad de jubilación, arbitrar las políticas públicas entre generaciones, recurrir a las herramientas ortodoxas para compensar la caída de la población activa y financiar a la punta de la pirámide de la población: para ser activadas, cada una de estas palancas requiere realismo, un sentido de justicia y responsabilidad política: en el corto plazo el país no podrá sostener la asistencia gratuita a los desfavorecidos y a los mayores (y no será extraño que ambos adjetivos coincidan cada vez más en muchos mexicanos). Dos dimensiones que el debate nacional debe redescubrir.




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