¿Salud o dinero?

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La pregunta está ahí desde hace 8 meses, ¿podíamos elegir entre dos caminos de naturaleza fundamentalmente diferente? Por un lado, la salud y la lucha contra la epidemia, cuyos resultados se miden, en última instancia, en el número de muertes relacionadas con el coronavirus; cuando menos unos 62000 mexicanos han sido víctimas desde principios de … Leer más

La pregunta está ahí desde hace 8 meses, ¿podíamos elegir entre dos caminos de naturaleza fundamentalmente diferente? Por un lado, la salud y la lucha contra la epidemia, cuyos resultados se miden, en última instancia, en el número de muertes relacionadas con el coronavirus; cuando menos unos 62000 mexicanos han sido víctimas desde principios de año. Por otro lado, el componente económico y social asciende a cientos de miles de millones de dólares perdidos y cientos de miles desempleados. ¿Es indecente poner vida y dinero en la misma ecuación? La verdad es que hay muchos vínculos entre la salud y la economía interactuando de muchas maneras. Lejos de ser ilegítimo, es absolutamente necesario entender juntos ambos elementos. ¿Pero, los políticos lo han hecho bien?

“Una recesión severa matará a más personas que el virus”, dijo Donald Trump en una entrevista televisiva en marzo, cuando la mitad de la población estadounidense estaba confinada a sus hogares. Desde el comienzo del confinamiento, la pregunta ha sido: “¿No será peor que la cura?” Eligiendo impedir la vida económica, ¿no condenaremos a sectores enteros de la población a la miseria, la desesperación e incluso el suicidio? Los comentarios del presidente estadounidense horrorizaron a muchos, particularmente en Europa, donde la contención fue más masiva. “Por primera vez en la historia de la humanidad, ponemos la vida antes que la economía”, dijo Boris Cyrulnik, el muy famoso neurosiquiatra francés.

Sin embargo, y a pesar de su naturaleza provocativa, las estruendosas afirmaciones del presidente estadounidense podían tener algo de verdad. Las recesiones de la década de 1930 y de 2009, mostraron que sus olas de desempleo provocaron un aumento de los suicidios en el mundo. Según un estudio que abarca 63 países publicado en The Lancet Psychiatry, el desempleo “normalmente” es responsable de 41000 suicidios al año y en 2008 hubo 46000, como resultado de la crisis económica. Según el autor principal de la publicación, “la tasa de suicidios aumenta seis meses antes del aumento del desempleo en sí”; además, este exceso de mortalidad aqueja relativamente más a los países que antes eran los menos afectados por el subempleo, como México.

Es de sentido común: las crisis económicas son inductoras de ansiedad y mortales. Sin embargo, es especialmente difícil analizar así los números de este fenómeno: hoy hay más de 180000 muertes de personas con Covid-19 en los Estados Unidos. Es evidente que este coronavirus habrá causado directamente muchas más muertes de lo que la crisis económica que lo acompaña ha podido causar, incluidas las bajas indirectas.

En este momento vale la pena recordar una curiosa paradoja: lejos de aumentar la mortalidad, el desempleo es un factor de reducción. Según el estudio clásico del profesor Ruhm de la Virginia University, un aumento del 1% en la tasa de desempleo se asocia con una disminución en la tasa de mortalidad del 0,6% de la población estadounidense. Esta correlación que parece contradecir el hecho de que el desempleo es un factor de desesperación y morbilidad se nutre de otro fenómeno: la subactividad en tiempos de recesión conduce a la disminución de los accidentes de tráfico y a toda una serie de patologías relacionadas con el estrés, como algunas enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, el mismo Ruhm, en análisis consecutivos demuestra que el riesgo de morir en estas circunstancias depende de la intensidad de la propia recesión. En Islandia, que experimentó una crisis de violencia extrema en 2008, las enfermedades cardiovasculares provocaron estragos sin precedentes. Debe considerarse también que hay evidencia científica para firmar que los niveles de ingresos y la precariedad tienen impacto en la esperanza de vida hasta el punto de que hay una brecha en la expectativa de vida entre los hombres más ricos y los más modestos.

Obviamente, es inútil querer definir una “unidad de medida” stricto sensu común entre la crisis de salud y la crisis económica. Es difícil medir el daño en años de vida desperdiciados para los jóvenes muy calificados o de los comerciantes arruinados, más en un país como el nuestro, uno de los tres que sufrió la recesión económica más violenta de los países del G20 en el primer semestre de 2020.

*Médico




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